La literatura de Alejo Carpentier se caracteriza porque asume las raíces históricas. En el aparte XVII, del capítulo tres, de su novela “El siglo de las luces”, se narra cómo en aguas de Barbados, la piratería hacía de las suya y después de un aguerrido combate naval, capturaron un botín de nueve barcos. Habían naves de bandera españolas, de bandera inglesas y de bandera norteamericanas; en uno de estas últimas banderas venía el extraño cargamento de una Compañía de ópera, de la troupe del tenor Monsier Faucompré. Pasada aquella inesperada situación, los actores resolvieron, dada la abundante riqueza de la población isleña, sentar plaza allí. Y parapetearon en plena vía pública montar un espectáculo operístico que les produjo opimos ingresos.
Esta Compañía de ópera del siglo XVIII, a comienzo del siglo siguiente, antes de que el joven Andrés Bello cumpliera los 27 años, la compañía traía programado una actuación en Caracas. Bello era muy enamoradizo y cuando el espectáculo se montó en la capital de Venezuela, toda la juventud masculina de la ciudad que fue a ver opera, quedó prendada de una juvenil cantante llamada Juana Faucompré. Todos la enamoraban, algunos le pedían matrimonio, otros pretendieron incorporarse a la Compañía; Las propuestas, en muchos casos, lindaban con la desesperación.
Bello, a pesar de su extrema timidez, era un atrevido picaflor, y entregó a la cantante un trabajo poético que dedicó a la diva. En la función de la noche, después de una nutrida ovación, y de unos sonoros aplausos, en el intermezzo, la Faucompré, se plantó en el escenario, y con tentadora voz, habló: dijo, -que el joven Andrés Bello, recitaría para la audiencia, un poema escrito por él dedicado a ella. El público expectante vio aparecer en el escenario al joven Andrés, de rostro pálido, conocido de todos, vistiendo una casaca azul-café, con voz emocionada, leyó: “Nunca más bella iluminó la aurora/ de los montes el ápice eminente,/ ni el aura suspiró más blandamente,/ ni más rica esmaltó los campos Flora. Cuantas riqueza y galas atesora/ hoy la Naturaleza hace patente,/ tributando homenaje reverente/ a la deidad que el corazón adora. ¿Quién no escucha la célida armonía/ que con alegre estrépito resuena/ del sur abrazador al frío norte? ¡Oh Juana!, gritan todos a porfía:/ jamás la parca triste, de ira llena,/ de tu preciosa vida el hilo corte. Cortada por la emoción, la voz de la soprano no salía, entonces, Juana, desafiando la expectación del auditórium, con prendada gratitud, lo besó con mucha calidez ante toda la concurrencia.
Y esta realidad de una compañía de Ópera que narra una novela fue realmente real.
@carlosmujica928