Hace mucho tiempo los venezolanos decíamos que fuera de los límites capitalinos lo demás era monte y culebra, y había hasta quienes se creían el cuento de que la sucursal del cielo se había instalado en este país, todo como consecuencia de un desmedido centralismo que obligaba visitar la capital para hacer los más simples trámites. Esa Venezuela evolucionó y empezaron a surgir verdaderos polos de desarrollos arquitectónicos, sociales y culturales, en los que aparte de calidad de vida se respiraba progreso.
Pero las cosas no podían durar para siempre y los cambios que se gestaban recibieron los ataques arteros de unos milicos felones que se creían la reencarnación de los próceres independentistas, cuando en realidad eran, a duras penas, émulos de los montoneros del siglo XIX mezclados con lo más primitivo y destructivo del oscurantismo medieval. Es que todo lo que caiga en las manos de la caterva de delincuentes que nos desgobierna termina convertido en un cascarón vacío, a punto de derrumbarse y a la espera de una simple brisa que lo derruya.
Se tragaron los ingresos de la bonanza petrolera y ahora no tienen ni para pagar las pensiones, los salarios o cubrir las necesidades de salud; expropiaron distintas empresas, crearon consorcios que no produjeron nada y se aliaron con socios de los que solo aprendieron las artes del tráfico de sustancias prohibidas y armas; hoy perdemos todas las disputas comerciales, nos obligan a resarcir los daños causados y debemos hasta la manera de caminar sin tener con qué pagar; despalillaron las reservas en oro que han servido para enriquecer a unos cuantos que viven en el exterior a cuerpo de rey pero que se reconocen a leguas porque son primates con atuendos de seda.
No puede ser simbólica
La irresponsabilidad ha llegado al extremo que quien ilegalmente ejerce la primera magistratura (hasta que demuestre si no posee doble nacionalidad o si nació en este lado de la frontera) en lugar de concertar una solución a la crisis le da por agravarla. Decreta una emergencia económica que no tiene pies ni cabeza; la Asamblea Nacional le enmienda la plana para que no siga por la bajada sin frenos y entonces busca a unos magistrados abyectos y miserables para que pisen el acelerador rumbo al precipicio.
El país está en emergencia y el parlamento debiera declararse en sesión permanente para trabajar a dedicación exclusiva y corregir los entuertos y los desmanes chavistas: hay que hincarle el diente a los poderes públicos, iniciar el proceso de renovación del CNE, corregir el ultraje a la justicia y solventarlo por la vía más expedita, modificar la Ley Orgánica del TSJ, la del Banco Central, la de la FAN y cuanto esperpento colida con la Constitución, así las hayan legalizado los magistrados, la repatriación de capitales que ilegalmente se encuentran fuera del país, determinar cómo se enriquecieron los boliburgueses, como han comprado medios de comunicación y por supuesto implementar en paralelo todas las medidas que permitan sanear, el Palacio de Miraflores y todas las esferas del poder, de malhechores y forajidos.
Es por ello que es necesario que la Asamblea Nacional decida hacer lo que tiene y debe hacer, estamos en un momento en que los diputados deben mostrar el camino y no quedar como una institución simbólica, es el instante de que el liderazgo colectivo actúe profilácticamente para salir de esta plaga que nos azota desde hace 17 años.
Llueve… pero escampa