Ivette
Querida hija:
Te escribo ahora que te vas feliz de la mano del amor, ahora que tu corazón es un alba de trinos, para decirte: ¡Vuela hija, despliega tus alas, surca el espacio, toca las nubes, vive, canta, sueña, ríe y sé feliz! Recorre el nuevo camino siempre erguida, amplía tus senderos, vive contenta y agradecida al cielo que te ha llevado hacia el sol de otras tierras en el fragante mes de marzo, que fulge en la estación como una majestuosa gema en el estuche inmenso de aquel cielo europeo.
Cuando llega el amor el mundo se hace música, el azul es más azul, se encumbra el sueño, huele el aire a corazón de jazmines, de lirios, de gardenias y fragantes madreselvas. Disfruta ahora que las campanas del alba se despliegan en el lejano tul de los rosales, ahora que el corazón canta a la luz que lo enamora, prendiendo en cada aurora el brillo de una sonrisa y un te quiero.
En tu corta permanencia de paso hacia el viejo continente, la casa se llenó de flores, de alegrías, de familiares y de amigos, mientras allá fuera el amor de un hombre ensayaba para ti una alborada en el primer rayo de sol. Te vas para muy lejos en momentos en que en el ramaje que llega a tu ventana, inician un himno a la vida las flautas de alas y de plumas.
La vida es un perenne ir y venir, una bienvenida y una despedida, es estar aquí un rato y llenarlo luego de ausencia, soñamos, siempre soñamos. Nadie se cansa de lidiar con las tormentas de la vida y la esperanza de entrar un día en el remanso que esperamos encontrar lejos de la violencia, de los atajos, de los egoístas, de los tiranos, de los tabúes, de los miedos y también de las falsas amistades.
La familia es ese lazo irrompible que no se abandona ni se olvida por lejos que nos encontremos. Entre mundos de lunas luminosas por siempre cada rostro queda asido al corazón y a los recuerdos.
Más allá de todo lo que te ha abrumado, de la ingratitud y de la misma esperanza, te aguarda inagotable de dicha el universo hacia el que te diriges, de la mano del exaltador de tu alegría, mitigador de cualquier espanto, que te acompaña, te cuida y te ama. Es momento en el que la dicha riega de ricos efluvios la senda que pisas segura y contenta.
Tus sueños te llevaron a volar lejos; cargado de amor has encontrado el campo del futuro, donde conocerás a gente maravillosa, sitios y territorios llenos de armonías, de fragantes tulipanes, de pinos y frescura sin igual.
Gracias te doy por ser la mejor hija del mundo, por tus grandes atenciones y paciencia, por tu inteligencia y valentía ante lo rudo, gracias por el amor que a tu hija y a toda tu familia incansable has brindado, gracias por los momentos de alegría, gracias por traer a esta casa al hijo nuevo que sabrá querernos, que ya queremos, abrazamos, aceptamos y damos la bienvenida toda la familia.
Hija mía: Aunque mi cariño es grande no soy poeta para poderte decir con palabras lindas cuánto te quiero, tampoco para hacer un verso a esa tierra donde el rojo tulipán es símbolo del amor que dura más allá de la eternidad, no atino las palabras de un poeta para hacer un verso al bello anillo que te puso aquel que desde hoy estará contigo hasta el final, como lo estará el tatuaje que se hizo sobre el brazo de: “Ivette por siempre”.
Pido a Dios que me ilumine con una inspiración que tenga aromas del auroral momento de la dicha que los dos viven, para enviarles la bendición, los deseos de felicidad y el cariño de toda la familia. Vivan felices, vayan a ver juntos donde fue hecho su sol embrujador.