Hace un par de años hicimos públicas nuestras discrepancias con lo que dio en llamarse “La Salida”. María Corina Machado, Leopoldo López y Antonio Ledezma se restearon con una estrategia que apuntaba a calentar la calle para generar la salida del régimen que encabeza Nicolás Maduro. Nos parecía y así lo manifestamos, que el momento-país no parecía el indicado para bregar por una salida anticipada de Maduro, en aquella circunstancia.
Debemos colocarnos en febrero de 2014 para entender el momento político: hace dos años el precio promedio del barril de petróleo estaba en 95 dólares, se presentaban los primeros síntomas de la escasez y desabastecimiento pero no figuraba éste tópico como principal preocupación de los venezolanos, Maduro no tenía ni un año de haber sido reconocido como presidente por el Consejo Nacional Electoral, y según diversos estudios de opinión la mayoría de venezolanos aún le daba un voto de confianza al jefe de Estado.
Viendo en retrospectiva este escenario-país, entonces en febrero de 2014 hablar de la salida constituía una suerte de miopía política o una sobreestimación de la capacidad propia –de los convocantes- de colocar el tema en la agenda pública, con algún grado de éxito político. Desde un punto de vista netamente político la estrategia fracasó. No ocurrió la salida de Maduro, tampoco se le debilitó y las manifestaciones de calle derivaron en las lamentables guarimbas, que no fueron otra cosa que el foquismo de unos estudiantes y activistas bien clase media, que para protestar contra el gobierno se colocaron barricadas a ellos mismos.
Igualmente es historia conocida las consecuencias políticas que trajo aquella estrategia, incluso en términos de las restricciones en sus libertades que han vivido Leopoldo López y Antonio Ledezma, y la inhabilitación política de facto que pesa sobre María Corina Machado.
Sobre esto un inciso: nuestro cuestionamiento sobre la salida, en tanto estrategia política, de ninguna manera nos hará dejar de denunciar las graves violaciones a los derechos humanos como respuesta por parte del régimen de Maduro. Tampoco hemos dejado de denunciar la inequívoca condición de presos políticos que tienen López y Ledezma o las severas penas administrativas (injustificadas además) que pesan sobre Machado.
Decir que la salida fracasó en ningún caso debe entenderse como un respaldo a lo que fue la respuesta oficial ante aquellos sucesos.
La salida de nuevo está en el tapete aunque la dirigencia de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) no quiera usar expresamente el término, me parece que por evitar equívocos o hacer aflorar algunas contradicciones que en 2014, bastante daño causó en el interior de la unidad. Las condiciones son diametralmente otras en Venezuela. Maduro no sólo no es popular, sino que dejó de ser creíble: más del 70 por ciento de los venezolanos no creen que esté capacitado para resolver la grave crisis económica que nos agobia (ese porcentaje incluye a unos cuantos que incluso en 2014 se catalogaban como chavistas).
Conseguir comida hoy es la principal preocupación para el venezolano y tampoco se acepta, como antes, la matriz mediática oficial que responsabilizaba a los empresarios privados por la crisis.
La agudización de la crisis económica, sin perspectiva de mejoría en el mercado internacional del petróleo en el corto plazo, junto a un empresariado privado aprehensivo y acorralado dada la política de expropiaciones, estatizaciones y controles que se ejecutó durante década y media, nos colocan en un tránsito nada fácil. A todo esto se suma la dificultad que tiene Maduro para tomar decisiones en materia económica, ha quedado de nuevo en evidencia: tres semanas transcurridas sin que se defina el nuevo sistema cambiario.
Definitivamente la crisis es económica, pero cada vez es más claro que sólo con una salida de Maduro podrá resolverse. Ahora sí, sí es la hora de la salida.