Si pasa con su auto por una carretera en el estado Carabobo, desde la que se ven fogatas de basura, barriadas pobres en las que el agua sucia corre entre casuchas y cruza un puesto de control miliar, llegará a un destino notable: una comunidad resplandeciente, autosuficiente, tan limpia y ordenada como un suburbio estadounidense.
Se encuentra en la Ciudad Socialista de Hugo Chávez, una comunidad utópica de 15.000 personas en el medio de un país con una economía destrozada.
Abanderada de la revolución socialista encabezada por el finado presidente Hugo Chávez, la ciudad que lleva su nombre es un sitio con clínicas, escuelas, centros deportivos, jardines comunitarios, centros de arte y locales de abastecimiento de útiles estudiantiles gratuitos, todos con imágenes de Chávez con su característica gorra roja.
Pero en un reflejo de la gravedad de los problemas que enfrenta la revolución de Chávez, la tranquilidad de este paraíso de los trabajadores puede tener sus días contados. Venezuela no puede encontrar los dólares para pagar por bienes vitales que languidecen en sus puertos y mucho menos seguir subsidiando la Ciudad de Chávez y otros proyectos que mejoraron la vida de numerosos venezolanos alguna vez condenados a barrios marginales.
Por ahora, los residentes mantienen sus rutinas diarias, disfrutando no solo de vivienda gratis sino de otros beneficios, que van desde fiestas barriales organizadas por el estado hasta viajes en taxis subsidiados.
«Debe ser una de las ciudades más lindas del mundo entero», afirmó Dallana Alvarado, que trabaja en las escuelas locales y a veces no sale al mundo exterior por meses.
«Aquí está el sueño maravilloso de Chávez, el sueño del socialismo territorial, extraordinario concepto llevado a la práctica», declaró el presidente Nicolás Maduro mientras manejaba un autobús por esta ciudad costera el año pasado.
Cada una de las 144 torres idénticas de ladrillo y estuco está llena de actividad. Jóvenes que estudian peluquería ofrecían cortes gratis una semana reciente, mientras los vecinos decoraban el patio. Niños de tres años con camisetas rojas asistían al jardín infantil todas las mañanas, donde aprenden lectura básica y reciben comida caliente.
Si bien los residentes de la Ciudad de Chávez no se sienten obligados con el gobierno, tampoco están trepando a la clase media. «Ahora por fin estamos descansando después de 25 años. Aquí lo que vivimos es puro durmiendo», dijo Yomilady Segovia.
Del otro lado
Pero el caos económico que estremece al país está empezando a hacerse sentir. Los maestros dicen que los residentes de barrios pobres vecinos se robaron las manijas de los baños del centro cultural, posiblemente para venderlas, y los niños que vienen a cantar canciones folclóricas con un equipo de maestros cubanos ya no pueden usar el baño.
Vecinos de los alrededores están viniendo a comprar artículos como café, leche y aceite para cocinar a menos de un centavo en el supermercado de Ciudad de Chávez, donde no hay que hacer largas colas ni hay estanterías vacías, como en la mayoría de los negocios del estado.
En el puesto de control en el ingreso a la ciudad ha habido manifestantes deseosos de ser admitidos en la ciudad, desde los obreros de la construcción que la edificaron hasta jóvenes madres que no pueden pagar los alquileres de las localidades vecinas. Incluso los directores de escuelas y los médicos que trabajan aquí desean vivir en esta comunidad.
Algunos de los airados manifestantes están del otro lado del cerco que rodea la ciudad, viviendo entre montañas de basura y soportando nubes de mosquitos a la espera de ser admitidos.