Entre el 75 y 80% de los venezolanos –advierten las encuestadoras– no solo rechazan al gobierno de Maduro sino que estarían de acuerdo con que sea sustituido en el plazo más breve posible de acuerdo a la ley. En la nueva mayoría nacional popular, la que eligió a la nueva AN y respalda a la MUD, el consenso en ese sentido es total. Los partidos y líderes que la integran han manifestado sin duda de ninguna clase que este mismo año debe activarse la formula constitucional, democrática, electoral y pacífica para el cambio de gobierno. Incluso en sectores de lo que fue el chavismo, ex ministros, dirigentes separados del PSUV, esa convicción ya se plantea abiertamente, pero también se sabe que otras corrientes y dirigentes del PSUV discuten internamente, sotto voce, la conveniencia de la renuncia de Maduro. Incluso para – estiman ellos – salvar lo más que se pueda de la fuerza política que fue el chavismo e intentar reconstruirla…
Maduro ya lleva casi tres años evadiendo la responsabilidad de tomar decisiones para rectificar a fondo los errores y malas políticas que causaron la ruina económica y la tragedia social que estamos viviendo. A parte de las necedades de la guerra económica y la conspiración, como excusas muy chimbas para no asumir sus culpas, lo realmente grave es la inacción y la incapacidad de hacer algo para superar la crisis. Hace dos años, por ejemplo el margen de maniobra era real. El déficit fiscal ya era grave pero aun se podía maniobrar. El déficit de dólares ya se sentía fuerte – aunque el barril petrolero seguía alrededor de 90-100 dólares – por el enorme despilfarro, la gigantesca corrupción, el masivo endeudamiento y el descomunal exceso de importaciones causado por la destrucción de “lo nuestro venezolano”, vía estatizaciones y vía controles corruptos y asfixiantes. Como consecuencia de lo anterior, la crisis de inflación y de escasez degeneró en “tendencia irreversible”.
Pero Maduro siguió paralizado, a demás de sordo y ciego. Incapaz de corregir el rumbo quizás por la lucha interna por el control del poder que impedían asumir planes de cambio; quizás por los mitos ideológicos estatistas y del centralismo enfermizo que lo amarran; quizás por la falta de liderazgo o por la incomprensión de la realidad. Seguramente por una mezcla de todas esas causas.
Hoy, la crisis se ha transformado en una tragedia humanitaria. Un drama de ausencia de medicamentos cual si fuésemos un país en medio de una devastadora guerra. La escasez de alimentos y diversos productos junto con la más alta inflación del planeta se combinan para llevar a millones de familias a niveles severos de empobrecimiento y retroceso social. Y con un precio promedio del barril petrolero en unos 24-30 dólares, el ingreso esperado para el año no alcanza si quiera para cubrir los gastos mínimos de importaciones de alimentos, medicinas y otros productos. Mucho menos para inversiones, repuestos, equipos, pago de deudas.
¿Y qué hace Maduro a parte de marearnos con el interminable cuento y la cháchara vacía de los motores? Nada para frenar la inflación. Nada para resolver lo urgente de la escasez de alimentos y medicinas. Nada para recuperar la productividad que él y el PSUV destruyeron en las fincas y empresas estatizadas y arruinadas.
Las estatales destruidas y las privadas ahogadas en deudas y hostigamiento.
Solo cabe esperar, pues, lamentablemente, un agravamiento de la crisis. Venezuela requiere un plan verdadero, serio e integral, incluyendo un financiamiento grande para comenzar a salir del desastre. Maduro anda en su mundo de fantasías y profundizando el modelo fracasado plasmado en el “plan de la patria”. ¡Maduro vete ya!, se oye en la calle…