Por la puerta del sol – El ángel

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Para los que creemos en los ángeles.

“Dichoso aquel que se siente acompañado por su ángel guardián. Nada podrá temer, nada le faltará. Yo estoy junto a ti en lo bueno y en lo malo; mi tutela es permanente. Yo te conduzco a través de los acontecimientos de la vida. Mi nombre es Custodio” (S/S Juan)

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La Biblia está llena de encuentros angelicales. En los momentos más duros el hombre, los animales y las mismas plantas luchan por sobrevivir y lo consiguen aún en las peores arideces. Si no se presentaran las luchas y apuros en la vida no tendríamos ningún triunfo. La presencia de los ángeles es la respuesta que nos llega en determinado momento, surgiendo desde el interior, como si nos hablara al alma. Podemos sentirnos solos respecto a la gente que nos rodea, nunca del ser que nos acompaña y percibimos su presencia aunque no lo veamos.

Una señora inválida cuenta que no tenía fuerzas para nada. Cuando vio que su hijo de catorce años mucho más pesado y fuerte que ella se ahogaba con un pedazo de carne, se levantó de la silla de ruedas, lo agarró de los tobillos y le golpeó fuertemente la espalda para que arrojara el pedazo de carne. ¿De dónde sacó las fuerzas que no tenía? Las sacó del amor que hizo contacto con su ángel en el momento supremo, salvando la vida del hijo.

En los caminos oscuros de la angustia y los peligros, sin verlos aparecen los ángeles, nos ayudan, nos llaman y recuerdan que no estamos solos. En momentos de incertidumbre y de miedo el orbe angelical nos cobija y da muestras concretas y claras de su compañía bienhechora.

El historiador John Geiger cuenta que llegó a sentir y percibir en momentos supremos de terror y de cansancio, esa presencia a la que él llama el tercer hombre, personaje que se presenta en circunstancias difíciles, incluso ante el peligro de morir. Para muchos el ángel constituye una fuerza reafirmante. En el peor de los casos la ayuda siempre llega. Cuando algo nos perturba, nos asusta y entristece, es en momentos de silencio en el que es elocuente la presencia de nuestro ángel al invadirnos la calma y la tranquilidad inexplicablemente.

La palabra ángel aparece repetidamente en la Biblia, donde se les define como albaceas de la Voluntad de Dios. A veces los ángeles se presentan como seres humanos que nos salvan, nos ayudan y después desaparecen como por arte de magia.

Cuando murió su gran amigo, Beethoven se hundió en la depresión, además de sentir que cada día empeoraba su sordera. Cuando ya no quiso componer más, conoció a una ciega que decía lo daría todo por poder ver una noche de luna llena. Ella lo regañó al negarse a componer porque estaba sordo, tener ojos para ver la belleza del universo es la mayor ganancia en la vida que a ella le había sido negada. Ella fue el ángel que lo obligó, lo animó, lo alegró e hizo que volviera a componer música. Claro de luna fue la mejor de sus obras musicales a pesar de estar absolutamente sordo.

En estos tiempos de tecnología, de carcoma moral y política, se hace necesario en el espíritu humano sembrar sentimientos que lo eleven que le vigoricen el corazón y alegren el ánimo, que vea el camino, que calme su codicia, sus odios y venganzas, que detenga su paso y afine su oído para escuchar al ángel que nunca abandona y que toca en su lira conciertos para la tranquilidad, que reviva su espíritu con la compañía de ángeles que llevan en sus manos hostias sublimes de amor y de paz.

“Los amigos son ángeles que nos levantan de las caídas, cuando nuestras alas han olvidado cómo volar” (Autor desconocido)

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