Esta semana estuvo marcado por acontecimientos que van a definir los años por venir y que definitivamente cambiarán nuestro devenir. Los temas que nos preocupan a los venezolanos se pasean a diario por la alfombra roja que en nuestro caso no se relaciona con el glamur o con algún color partidista sino con la sangre derramada por los cientos de miles de venezolanos que han encontrado la muerte en manos del hampa.
Aunque el tema económico pretendió marcar la pauta discursiva y el debate tras los anuncios del aumento de la gasolina y la devaluación de la moneda, medidas efectistas y sin efectividad real dado el tamaño de la crisis que estamos enfrentando, lo cual demuestra que no saldremos del marasmo revolucionario mientras estemos administrados por pulperos de cantinas militares, por colectores de autobuses y por pedigüeños de semáforos, nadie puede negar que la política se convirtió en el quid de todo lo que ocurre en país.
Por una parte estábamos persuadidos de que los ciudadanos no debíamos participar de los asuntos públicos porque eso desprestigiaba y por la otra de que los puestos deliberativos eran intrascendentes ya que la decisión presidencial estaba por encima del bien y el mal, más si quien la ejercía era un megalómano con ínfulas de tiranozuelo.
Sin cacumen, ni vergüenza
Cuando se asomó el nombre de Henry Ramos Allup para presidir el parlamento hubo quienes alzaron su voz para señalar que no representaba el cambio que demandaban estos tiempos, que le daría argumentos a los opositores radicales que señalaban que estábamos en las manos de los que nos trajeron al socialismo del siglo XXI y que era la instauración del colaboracionismo que oxigenaría a un régimen que daba sus esténtores; lo que nadie previó es que se convertiría en el adalid de la oposición frente a los atropellos de un gobierno atrabiliario. Cada intervención, actuación y movimiento “fríamente calculado” ha servido para poner las cosas en su lugar.
Resulta que al discutirse la Ley de Amnistía y cuando el teniente-capitán hizo su primera intervención luego de que fuera desalojado de la presidencia del parlamento, que le había servido de guarida donde planificaba y ejecutaba sus fechorías, Ramos le salió al paso y le espetó las verdades en su cara: que estaba muerto, que le habían pasado una aplanadora y lo habían raspado dentro de su propio partido por incapaz.
En 1992 cuando David Morales Bello usó la metáfora de muerte a los golpistas muchos lo satanizaron porque sus palabras eran sanguinarias, atroces y desalmadas aunque en realidad señalaba que se debía ser ejemplarizante con quienes atentaron contra las instituciones, la democracia y la constitución. Nada de eso ocurrió por lo que llegaron las lluvias que trajeron estos lodos en las manos de unos golpistas que nunca creyeron en la separación de poderes, la alternancia y el respeto por la voluntad ciudadana.
Que el parlamento dejase de ser un cuartel militar y que alguien respondiera con argumentos a los que se creían todopoderosos nos señala que vamos en camino a recuperar la institucionalidad perdida en estos 17 años, aunque aún debamos desalojar del gobierno a quienes carecen del cacumen mínimo como para fenecer de inteligencia o abandonar el gobierno a motu proprio. Por el bien colectivo debemos perseverar hasta que lleguen al poder los más capaces (ya hay varios en liza) y solucionen los problemas que nos agobian.
Llueve… pero escampa
@yilales