Hace un par de semanas analizamos dos de las opciones constitucionales planteadas por algunos actores políticos para que pueda producirse un cambio de gobierno en el país antes de que se cumpla el periodo constitucional del Presidente Maduro en el año 2019. En esta oportunidad, analizaremos la tercera opción encarnada por la Asamblea Nacional Constituyente.
La vía de la constituyente ha sido planteada con vehemencia por Voluntad Popular. Recordemos que el año pasado este partido inició un proceso de recolección de firmas para activar la convocatoria y objetó la vía de las elecciones parlamentarias como instrumento de cambio. Este año, la idea de la constituyente ha vuelto a tomar fuerza, esta vez apoyada por otros sectores del país.
Según la Constitución, la iniciativa de la convocatoria corresponde al Presidente de la República, a las dos terceras partes de la Asamblea Nacional, al 15% de los ciudadanos inscritos en el REP, o a los consejos municipales en cabildos. La Carta Magna establece que su objetivo es: “transformar el Estado, crear un nuevo ordenamiento jurídico y redactar una nueva constitución”. Como vemos, sus objetivos son amplios, y sus consecuencias muchos más profundas en la vida republicana.
La última constituyente data de 1999 y se presentó como la principal oferta electoral de la “revolución democrática” encarnada por el Presidente Chávez, con el objeto de desplazar a las “cúpulas podridas” de la política y edificar un sistema genuinamente democrático.
No obstante, el sistema mayoritario que rigió en la elección permitió que el oficialismo con el 60% de los votos ganara aproximadamente el 90% de los escaños. De tal suerte que no existió la deliberación necesaria para construir una constitución que expresara la diversidad del país. Adicionalmente, la constituyente permitió arrasar con todos los poderes constituidos, incluyendo un parlamento recién electo, y se impuso una “relegitimación de poderes”, en la que el oficialismo se hizo con el poder absoluto en todos los niveles de gobierno en el lapso de dos años.
La idea de la constituyente ha fascinado a los políticos venezolanos por generaciones, sin embargo, consideramos inconveniente emprender este camino frente a la actual coyuntura. Una cosa es redactar una nueva constitución y otra muy distinta solventar una crisis política y económica. El siglo XIX estuvo signado por constituciones redactadas a la sombra del caudillo de turno y sólo la experiencia de la constituyente de 1947 puede ser considerada como plenamente democrática en cuanto a su convocatoria, participación de las diversas fuerzas políticas y efecto democratizador del sistema político.
Una nueva constitución no resuelve un problema de crisis política, que ha llegado al punto de desgarrar el tejido social, probablemente sólo generará mayores traumas al país y la prolongación en el tiempo de la crisis económica y de gobernabilidad.
Independientemente de cuál sea la opción constitucional seleccionada por la Mesa de la Unidad Democrática para enrumbar el país hacia un cambio de gobierno, esta debe ser producto del consenso entre los diversos factores que la componen, de tal forma que la estrategia no puede convertirse en una nueva manzana de la discordia entre los diversos partidos políticos.
Es necesario asumir un liderazgo más firme, y mostrar las vías para el cambio. El liderazgo social y político se construye sobre la base de mostrar alternativas frente a la realidad, bajo la creencia de que nos espera un futuro mejor. Esto pasa incluso por proponer alternativas que difieran de lo que expresen las encuestas. Dejar espacios vacíos por miedo, cálculos electorales o indecisión abre las puertas al caos.
No nos llamemos a engaños. Las transiciones son muy complejas. Ninguna de las alternativas ofrece soluciones mágicas que devolverán la paz y la prosperidad al país. La asamblea constituyente, la enmienda o el referéndum revocatorio se llevarán prácticamente hasta el final de 2016 o incluso más. Independientemente del tiempo, todos requieren de una gran organización popular más allá de los partidos que tampoco se logra de la noche a la mañana. Lo más importante en este momento es señalar el camino sin dispersar esfuerzos y advertir que las soluciones rápidas sólo nos conducirán a nuevas y peligrosas frustraciones.