Cuando este señor dijo hace pocos días, vanagloriándose, que el Tribunal Supremo de Justicia era chavista, me quedé de una pieza, no porque lo sea –cosa que sabemos todos- por sus miembros nombrados a dedo, sino por quien lo decía, ¡un maestro de escuela! Ya no lo es, por supuesto, se dedicó a la política, la mala política. Ha venido saltando de un partido a otro como quien se cambia de camisa. Este saltimbanqui, en cada salto, en lugar de ascender, ha descendido más en su degradación. Pero su formación es de maestro y un maestro sabe muy bien y debe enseñar a sus discípulos, lo que es la separación de los poderes que sustentan la democracia. Mucho más un TSJ, que debe ser el árbitro imparcial de todos los ciudadanos sin excepción, no puede inclinarse por una tendencia política, sino ser independiente, única manera de que imparta justicia, de lo contrario es un Tribunal Supremo de Injusticia y es una vergüenza que sea precisamente un maestro quien proclame ufano esta desvergüenza.
Pensar que hace algunos años gozaba de mucha estima. Se le tenía por un hombre preparado, buen maestro y gran luchador por reivindicaciones para el pueblo. Cuando se lanzó para alcalde en un distrito capitalino, lamenté no vivir en éste porque hubiera votado por él, ¡qué despistada estaba! Logró el cargo con muchos contratiempos y golpes bajos de los opositores.
Entonces me tocó una entrevista con él, por algo relativo a la Orquesta Sinfónica Nacional, de la cual era yo miembro de la directiva y fui con el presidente de ésta, Humberto Peñaloza (qepd). Nos causó muy buena impresión el individuo. Nos contó las trabas que le habían puesto
para perturbar su gestión y, por supuesto, nos solidarizamos con él. ¡Qué
lejos parecía de lo que se convirtió después!
Yo simpatizaba con su color de piel y sus rasgos, porque la sangre que produce éstos, también corre por mis venas aunque en forma recesiva. Y sin embargo… En el título de este artículo hablo de desintegración, porque la degradación es una desintegración de la personalidad, los valores, las creencias, el carácter, la moral, la actitud que otrora constituyeron un ser humano. Cuando lo vemos echar por la borda todo eso para someterse y defender a capa y espada un régimen de oprobio, corrupto, ladrón, asesino, destructivo, violador de los derechos humanos, que ha arruinado el país, encarcelado y torturado a inocentes, enriquecido obscenamente a sus personeros con el dinero del Estado mientras se empobrece al pueblo y se le niegan los derechos de alimentación, salud, educación, trabajo y recreación, eso no es otra cosa que un hombre desintegrado, que si alguna vez tuvo conciencia la hizo añicos y la dispersó en el viento. Lo vimos rastrero aceptar las crueles burlas del ilegítimo difunto, para seguir comiendo de su manirrota inmunda. Un hombre que se condenó a sí mismo. ¡Que Dios tenga compasión de su alma!