Lectura – San Joaquín

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Para aquel entonces había en la Yaritagua de mi niñez cuatro panaderías. La panadería de un señor Rodríguez que elaboraba unos panes exquisitos y se le conocía como el “protestante” porque todas las semanas asistía a la iglesia Evangélica, que llamaban la capilla, situada en la calle Libertad; diagonal a la famosa casa de ladrillos. La panadería de José Crisanto Gómez junto con su abarrotada pulpería. La panadería de las “Barraditas” que elaboraban la mejor acemita conocida y por conocer. Y la panadería de las Gainza dedicada a dulces, fiambres y panes. Entonces, aunque ustedes no me crean, los panes eran muy baratos. Fueron muy degustados los bizcochos salados: gordos, crujientes, se podían rayar y con café con leche era una delicia de niños, jóvenes y viejos. También se hacían los bizcochos de San Joaquín. Anizaditos, dulces, crocantes y no se diga mojados con leche, una divinidad. Pero los bizcochos de San Joaquín gozaban de otra aceptación especial porque venían envueltos en papel de colores: azul, verde, rojo, amarillos. Y este papel resultaba muy usado por las muchachas de entonces; para asistir a fiestecitas con música de conjunto porque el disco de 78 era escaso como las ortofónicas, victrolas, etc. Aparatos éstos en las cuales los hacían sonar. Para reunirse en las misas solemnes de la patrona donde, de seguro, los galanes, en pleno templo, se daban mañas para encontrarlas.

Y para cualquier otra guachafita en donde la alegría desbordara, como por ejemplo, en las talanqueras con las cuales cerraban las bocacalles de la calle Libertad para las corridas de toros coleados.
Lo cierto del caso del papel de los bizcochos de San Joaquín es que además de ser suave, cuando se humedecían soltaban la tinta, desteñían.

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A mama Mena la acompañaba en su casa una señora que conocimos como “Malanita”. Malanita tenía dos hijas jovencitas: Crispina, delgada, espigada, con el candor de la juventud; Cloralda, la otra, morena clara, llena de carnes sin ser gorda, con una hermosa y bien cuidada cabellera negra, coqueta y candorosa.

Por lo tanto, en esos días especiales para las muchachas de entonces, no era sorprendente escuchar que al muchacho de la casa, nunca falta uno, le dijeran: ¡andá a la pulpería y decíles que te vendan una locha de bizcochos de San Joaquín! Tres robustos bizcochos entregaban a cambio de nuestra añorada moneda. -Dicíles que te den aunque sea uno con papel rojo: Las muchachas muy presumidas, en la flor de la vida, mojaban el papel y las mejillas se llenaban de un rubor artificial, pero inofensivo. De las hijas de Malanita no recuerdo si lo hicieron, pero estaban en esa edad de las travesuras y de la coquetería.

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@carlosmujica928

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