Cuando un país se ha vuelto incapaz de gobernarse a sí mismo, quizás por no poner en valor la ética de las responsabilidades, sólo cabe la reflexión de todos para poder cambiar de actitudes.
En su tiempo ya invitaba Confucio (551 AC-478 AC, filósofo chino) a reconducir al Estado como se conduce a la familia, con autoridad, competencia y buen ejemplo. Lo que sucede es que para ello hace falta pasar de las buenas intenciones, de la palabrería fácil a los hechos, para lo que se necesita mucha capacidad de servicio, de entrega generosa y una fuerte ración de humildad. No olvidemos que la política, como poética de gobierno, es una de las formas más altas de entrega, porque es servir pacientemente al bien colectivo, sin exclusiones ni etiquetas. Por ello también la ciudadanía en su conjunto no puede lavarse las manos y cada ciudadano debe hacer algo, en la medida de sus posibilidades, para favorecer la comprensión y el entendimiento social. En consecuencia, pienso que los que gobiernan han de hacerlo con menos tácticas partidistas, con más respeto y fidelidad a la ciudadanía que representan; mientras, los gobernados deben propiciar la participación y la colaboración requerida.
Evidentemente, cada cual tenemos nuestra parcela de asistencia para que los organismos no se resientan. En relación a este auxilio y, a pesar de la dificultosa situación política española, hemos de reconocer que el Rey como Jefe del Estado ha seguido, al menos hasta ahora, una exquisita neutralidad constitucional, pues con gran ejemplaridad viene arbitrando y moderando el funcionamiento regular de las instituciones. Subrayo, no obstante, lo de deplorable realidad política española, ya que mientras la ciudadanía ha pedido con sus votos una forma nueva de gobierno, mediante diálogo y consenso, resulta que nuestros gobernantes no saben o no quieren dialogar para consensuar posturas. Algo tremendo en una democracia. Estos nuevos líderes sociales aparte de omitir la ética de las responsabilidades en su hoja de ruta de servicio social, parece que tienen más interés por el poder que por servir a la ciudadanía. A mi juicio les falta perspectiva de Estado. Debieran volver a lo que fue la ejemplaridad de la transición española. De lo contrario, cada pueblo tiene el gobierno que se merece. Desde luego, yo estoy a favor de que la fuerza más votada, aunque no tenga los apoyos suficientes, ejerza su responsabilidad constitucional de someterse a la votación de investidura. En todo caso, no se puede retroceder, hay que avanzar siempre hacia la gobernabilidad, tendiendo puentes por difíciles que nos parezcan.
El dialogo, cuando se sustenta en sólidos principios éticos, sin duda facilita la resolución y el acercamiento de unos y otros. Por lo cual, los que ejercen el poder no lo hacen como cosa propia, sino como mandato constitucional, lo que exige también escuchar mucho. Sin embargo, como decía Platón (427 AC-347 AC, filósofo griego), allí donde el mando es codiciado y disputado no puede haber buen gobierno ni reinará la concordia. Naturalmente, tiene bien poco sentido mostrar actitudes prepotentes cuando todos hemos de marchar por el mismo camino, el de garantizar la convivencia democrática dentro de la Constitución, que nos hemos trazado en el ’78 todos los españoles, consolidando de este modo un Estado de Derecho que asegura el imperio de la ley como expresión de la voluntad popular. Es verdad que esto no significa que hemos de estar plenamente de acuerdo en todo, si así fuera puedo asegurar que alguno piensa por ambos, lo que es menester portar altura de miras, en favor de la búsqueda de entendimientos, para facilitar gobiernos que gobiernen para toda la ciudadanía en su conjunto; y, sobre todo, para conseguir que se injerte confianza a sus electores, a los inversores y a la misma Unión Europea. No olvidemos que somos europeístas, queramos o no, y este nefasto clima de inestabilidad política lo único que fomenta es incertidumbre, con el consabido incremento de la prima de riesgo española y otras regresiones inversoras.
A mi juicio, no sería recomendable, por tanto, devolver la pelota a los votantes y tener que convocar nuevas elecciones generales; con lo que esto supone de alargar la inestabilidad, en un momento crucial para la economía española. Hasta el momento presente, tenemos que decir que esta bochornosa realidad española, lejos de decrecer se ha acrecentado debido, en parte, a que los elegidos para representar al pueblo español, en vez de intentar entenderse, lo que han pretendido es mercadear con los votos, obviando por qué quieren gobernar y para qué quieren gobernar. Es verdad que no hace falta un gobierno perfecto, pero si se necesita uno que al menos los bolsillos de sus gobernantes sean de textura cristalina. Personalmente creo que no es digno de mandar en otros ciudadanos, aquel que no es mejor que ellos.