Hablando la semana pasada con un amigo, me cuenta las tribulaciones de su familia porque en Barquisimeto no se conseguía la antitetánica necesaria para tratar un accidente que su hija había sufrido. Enterado de su angustia, me pareció insignificante la preocupación personal que tenía en el momento porque en Caracas no encontrábamos una pomada que el dermatólogo me había prescrito. Mi problema era mínimo comparado con el de la familia amiga. Pero los dos son síntomas del mismo problema, en el país hay una severa escasez de medicamentos. El Presidente de la Federación Farmacéutica declara que no aguantas reuniones, que “no hay mañana”. El diputado Olivares, Presidente de la subcomisión de Salud de la Asamblea pone el tema en el tapete público. Urgen decisiones que aparentemente no se toman. Del Hospital Central de San Cristóbal llegan denuncias de seis recién nacidos que habrían muerto por escasez de medicinas y equipos.
Veo crecer las colas desde antes del amanecer en supermercados y farmacias donde también se venden alimentos. La aglomeración de gente era enorme en el Bicentenario (antes Éxito) de Terrazas del Avila el sábado, cuando voy a dar clases en la Universidad Metropolitana. Todavía a las 10, cuando salí de clases, la fila de personas que esperan para comprar tenía tres cuadras a pleno sol. El lunes, cuando después de clases voy a desayunar en una panadería de La Castellana, vecina del Postgrado de la UCAB y del Colegio San Ignacio, no hay cachitos ni pastelitos. Me explican que se trata de la escasez de harina de trigo. Un cachito y un café es el desayuno normal de mucha gente que sale a trabajar. Por las noticias también el café escaseará. Por cierto, por primera vez en la historia republicana somos importadores de café. Pregunten en Sanare, en Guarico, en los Humocaros qué pasa con el café. Un cachito y un jugo son el desayuno que compran a los niños que van al colegio.
El Banco Central dejó de dar datos oficiales de escasez de alimentos hace un año, aunque analistas creen que esa no es la razón por la cual el presidente del instituto emisor rehuye comparecer ante los parlamentarios. En los jardines del Palacio Legislativo aguardan por él los periodistas, quienes ahora tienen libre acceso a la sede de la Asamblea Nacional. La explicación gubernamental para esta escasez de todo es la existencia de una “guerra económica”.
El automóvil de mi esposa necesita una batería nueva. Hay que hacer cola desde antes del amanecer en las tiendas que las venden, llevar el vehículo que las necesita y rezar porque haya de la que se busca. Hasta ahora, cuando ha llegado su turno, no la ha conseguido del tamaño requerido. ¿Cuánta gente conoce usted que tiene su carro parado por repuestos? ¿Ha escuchado que en un taller le digan a alguien que la reparación la harán cuando consigan el repuesto que amerita? Multiplique eso por cualquier número, tan grande como la variedad de partes de maquinaria que faltan en el mercado. Repuestos de electrodomésticos, maquinaria industrial, equipo comercial.
Es posible que los altos funcionarios, los jerarcas civiles o militares del gobierno, no sientan el apremio de resolver este problema porque no lo sufren personalmente. Pueden comprar lo que sea afuera y traerlo. Pero el grueso de los venezolanos lo padece, y se angustia, y se desespera.
El otro día el empresario Lorenzo Mendoza habló del asunto con responsabilidad, sin estridencia. Y amenazaron con meterlo preso.
La crisis no es teórica, es de carne y hueso.