Lapsus Calami – Zancudo

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Hola, mi nombre es Zancudo, algunos me dicen Mosquito, soy de la familia de los chupasangre, como los vampiros, no de los cheque-cheque. La sangre, ese vital líquido es esencial para mi supervivencia. Como todos entenderán también soy hijo de Dios, pero resulta que después de muchos milenios, a pesar de mi tamaño, aparentemente soy el responsable de todas las enfermedades del planeta, aparezco en la lista de los terroristas del mundo como aedes egistus, o algo así.

Primero como que fue la malaria, allá por los años ’40 y gracias al Dr. Aroldo Gabaldón, muy estudioso él, determinó que a quien yo picaba, es decir, a quién introducía mi pico, ponzoña o aguijón, obviamente para alimentarme, porque si no lo hacía qué, el cuero de ustedes los humanos es algo fuerte, duro y la única forma de penetrarlos era lubricándomelo con una especie de vaselina que es la que les produce el escozor y la ronchita que les sale, pero eso es pasajero. Ustedes podrán observar que la picazón dura unos cuantos minutos y la hinchazón desaparece, hasta allí llegaba mi maldad. Esa maldad es sin querer queriendo, porque como les digo al principio está en juego mi sobrevivencia. Yo no como carne, ni verduras, ni vegetales, ni me alimento de miss congéneres, además tigre no come tigre.

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Entonces resulta que a partir del descubrimiento del Dr. Gabaldón, que con todo respeto difiero de su diagnóstico, se acabó con la malaria, pero no acabaron conmigo, porque tal como les diré más adelante, no era yo el culpable de esa enfermedad, porque antes de eso me habían adjudicado la fiebre amarilla y esa fiebre fue cuestión de unos chinitos, amarillos ellos, llegados de Begin, que viajaron al nuevo continente, se empataron con unas chamas locales y pienso yo que a lo mejor fumaban lumpias u opio, no me pregunten porque no sé, pero también dijeron que era yo. Allí se propagó la cosa esa amarilla.

Los árabes, muy negociantes ellos, inventaron las telas de tul, un tejido de hilo, para evitar mi ingreso en las alcobas. Con ese otro diagnóstico comenzó una guerra contra mi especie que iniciaron quemando bosta de vaca, lo cual dio posteriormente a la creación de los llamados espirales que impedían, como es lógico, mi normal alimentación, continuando la guerra económica con el invento de las bombas de flit, esas de ruquiruqui, o el elfagflag y cuando las parejas estaban echando flit yo aparecía para evitar que se durmieran, aunque me daban almohadazos para tratar de eliminarme yo allí. Pero ese es otro cuento, eso es harina de otro costal.

Lo significativo de esta reflexión que estoy haciendo es que somos una especie sana, fastidiosa, ladillosa, lo reconozco. Que todavía los científicos no han encontrado nuestra utilidad para los humanos, de nosotros no es la culpa. Quiero decirles que a nuestra raza o especie nos da la impresión que ese es un trapo rojo del mundo capitalista, comunista y hasta progresista, para desviar la atención de otros problemas como la baja del precio del petróleo, las guerras, las dictaduras no derrumbadas y las que, hechos los locos, se están construyendoo armando.

Cómo es posible que yo, un insecto díptero tan pequeño, casi invisible, pueda inocular fiebre amarilla, malaria, dengue, chicunguña, y ahora una vaina que llamaron zika. Lo realmente serio es que ni con el humo ese que echan de aceite quemado, ni cambiando el agua de los floreros, ni aerosoles echando flit van a terminar con nuestra especie, porque así como las cucarachas y las moscas sobrevivieron a la bomba atómica, los zancudos permaneceros en la tierra, no me fastidien.

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