Este mes, el día 14 se ha definido el amor como un sentimiento de vivo afecto e inclinación hacia una persona o cosa a la que se le desea todo lo bueno: «El amor al prójimo; abrazo al bebé con gran amor; nunca oculta su amor a la patria; el amor de la gloria lleva hasta el heroísmo».
El amor es un término que está presente en la conversación diaria. Habitualmente se asocia el término con el amor romántico, una relación pasional entre dos personas con una importante influencia en sus relaciones interpersonales y sexuales mutuas.
Los hombres somos los principales responsables de la muerte del romanticismo. Hoy la mayoría se orienta por la prosperidad y el abolengo mientras ellas aceptan cualquier ejemplar que garantice cierta masculinidad.
Por eso, están más que justificadas algunas recomendaciones para preservar la unión conyugal: Mantenla entretenida. Toda mujer, en lo más profundo de su corazón, desea a un hombre fuerte que la ame, pero, ¡Peligro!, nada más indócil que una mujer que se sabe amada.
En verdad, el amor es el que ha contribuido a construir nuestra civilización. Ese sentir del ser humano, creador en gran parte de toda la literatura universal, de las obras de arte, y que llega a ser para muchos la razón fundamental de la existencia.
Pero hace algún tiempo, el desaparecido doctor Juan Azcoaga, neuropsicólogo argentino contra las fábulas transcientíficas, afirmó que el amor “es sencillamente un núcleo amigdalino que tenemos en el cerebro, que transmite un estímulo al hipotálamo y a la hipofisis donde se liberan algunas hormonas como las ganadotrofinas, que se incorporan a la corriente sanguínea y provocan una excitación física en los animales mamíferos”.
¡Qué horror! ¿Quiere decir que para conquistar a un ser amado hay que decirle que tenemos el hipotálamo invadido por las ganadotrofinas y confiamos en que a su hipotálamo le suceda igual?
Hay descubrimientos crueles que destruyen el alma de la humanidad, que deshacen a los hombres convirtiéndolos en bestias al arrebatarles el secreto de la emoción por la vida y la belleza del vivir y amar.
Hace años, el poeta Emilio Carrere, romántico y bohemio, con su sombrero gacho, su pipa y bigote, ante una declaración parecida a la del doctor Azcoaga escribió unos versos admirables que aparecen en su libro del amor, del dolor y del misterio que empiezan así: “Viejo Schopenhauer, doloroso asceta, siniestro filósofo, amargo poeta, ¿por qué me dijiste que el amor es triste, que el bien es incierto? Dime viejo horrible, ¿por qué no mentiste aunque sea cierto?”