Porfirio Díaz, Fidel Castro, Duvalier (padre e hijo), Pinochet, Chávez, Ortega, Fujimori, son los presidentes latinoamericanos (en algunos casos en el cargo de manera no muy democrática) que han estado en el poder por más tiempo. Junto a ellos también están los Kirchner, Evo Morales y Rafael Correa. Colombia, por el contrario, logró superar esta tentación del continuismo con Uribe.
Lo anterior viene a colación porque recientemente estuvo en Maracaibo Eduardo Fernández, y una duda, o más bien especulación, pareció oportuna ante una eventual transición en la Presidencia de Venezuela. ¿Qué hubiese pasado en el país si los partidos políticos tradicionales (AD y Copei), y específicamente sus líderes, hubieran abierto espacios para los nuevos dirigentes? No solo en 1998, cuando ya se evidenciaba el agotamiento del sistema en general, sino antes cuando “El Tigre” y Claudio Fermín parecían sucesores naturales.
Claro que luchar contra el desprestigio que ya tenían los partidos políticos no era tarea fácil, pero sin duda nuevos rostros, y sobre todo nuevas formas de hacer política, hubiesen permitido encausar los descontentos de manera más gradual. Pero la respuesta fue la repetición de los mismos actores, evidenciado por el hecho que la edad promedio de los presidentes de Venezuela entre 1988 y 1998 fue de 73 años (Carlos Andrés Pérez; Octavio Lepage; Ramón J. Velásquez; y Rafael Caldera). A pesar de ello en el caso del último el voto le favoreció en 1994, imponiéndose sobre rostros nuevos para la política nacional como Claudio Fermín, Oswaldo Álvarez Paz y Andrés Velásquez (tal vez apostando a la experiencia frente a un país en crisis, aunque existen algunas dudas sobre los resultados).
En todo caso, lo que parece enseñar la historia reciente de la política venezolana es que los dirigentes con carácter mesiánico y basados en cierto caudillismo suelen imponerse, evitando que nuevos dirigentes vayan asumiendo roles de sucesión. Esto sin duda debilita la democracia, y en especial agota al sistema frente a la población en general, dejando espacios abiertos para las aventuras políticas y constantes refundaciones de la patria.
De regreso al contexto actual, ante una eventual transición un acuerdo de alternancia es clave para lograr espacios de entendimiento. Ante la perspectiva que quien esté en la Presidencia de la República lo haga por una década o más quienes tienen aspiraciones se jugarán el todo por el todo sin ceder. Una Democracia sin alternancia en el poder debilita el sistema, corrompe a los gobernantes, y fuerza las revoluciones.
@lombardidiego