Ha llegado la hora de desarrollar un inmenso esfuerzo ético para sacar a nuestra nación de las garras de la barbarie.
Es el momento de la necesidad de una re comprensión, redefinición o reingeniería de nuestra visión de la moral, como prerrequisito para que ese esfuerzo ético pueda tener sentido.
En primer lugar tenemos que deslastrarnos de algunos hábitos y costumbres que compartimos y nos caracterizan a una sociedad distorsionada; la “viveza criolla”, la “impuntualidad”, la “evasión” de responsabilidades o el “yo no fui”, la afición al “paternalismo” estatal” tan exacerbado en esta década y media, el “oportunismo” o póngame donde hay, y la impunidad.
Es profunda la división, la existencia de dos gruesos grupos poblacionales con estos desvalores compartidos, que no conviviendo, en un mismo territorio, establecen una amenaza de confrontación violenta, un estallido no entre pobres y ricos como en las tradicionales sociedades, sino entre nuevos ricos, los “boliburgueses”, la clase media empobrecida, los eternos pobres engañados obstinados de las
promesas incumplidas; con un agravante, una neo clase militar protagonista, que mordió la presa del poder, obtuvo jugosos beneficios, se dejó corromper extraviando el honor como su mejor divisa.
Dicen los historiadores que estas dos formas groseramente distintas vienen desde la colonia, que en veces compartimos un territorio, pero no los mismos valores. Por eso la amenaza de guerra civil siempre ha estado presente, una amenaza que expresa la profundidad de la fractura.
A eso se juega hoy día entre el chavismo reacio a imponer un modelo socioeconómico decadente y corrompido, y la MUD en su viable decisión de rescatar la democracia como el sistema más aceptable de convivencia pacífica. Y aunque pareciera irreconciliable ponerse de acuerdo sobre lo económico, lo educativo, lo cultural, lo político, etc., el problema es esencialmente moral.
Es necesario buscar una reconciliación, una interacción espiritual que permita compartir valores buenos, un homenaje a la dignidad humana, una búsqueda de la verdad en la que Dios sea tenido en cuenta. Han sido muchos los pensadores en el mundo que han recomendado esta formula maravillosa, Mahatma Gandhi se resistió a que lo doblegaran e insistió en una salida pacifista para la India y Pakistán. San Juan Pablo II nos invita a vencer el miedo, la indiferencia, la comodidad, a ser proactivos en reconstruir una sociedad más justa, donde nos amemos como hermanos. El Papa Francisco y otros tantos líderes mundiales apuestan por un mundo ecológicamente habitable, pero sobre todo que la ética prevalezca por encima de las ambiciones humanas.
El problema que Venezuela padece, no es que los dos bandos que hoy se enfrentan agresivamente no tengan una moral común, una estructura de valores compartidos, el problema es que no está en marcha, ni lo ha
estado nunca en muchas décadas, un proceso de intercambio humano y espiritual, capaz de generar una ética compartida. ¡Manos a la obra!