Venezuela ha llegado al final al final de una calle sin salida, o al borde del abismo. Esa es la sensación que tenemos, lo que percibimos todos. El 2016 ha empezado peor de lo que se vaticinó; todos los pronósticos se han elevado a la enésima potencia, y la tendencia es a empeorar mucho más. Se estima que al finalizar el año la inflación rondará el 1.000%. La escasez es brutal, la de un país en guerra.
Sufrimos los estragos devastadores de una guerra no declarada, no sólo en escasez de alimentos, también en medicinas, y en todo lo necesario para la vida humana moderna en pleno siglo XXI. Y ¿qué hacemos los venezolanos, los que no somos del gobierno, ni estamos enchufados gozando los “privilegios” del robo continuado más grosero que se haya registrado en nuestra historia republicana?
Las redes sociales están inundadas de gente desesperada por encontrar medicamentos para sí mismos, o para un familiar, incluso niños que lo requieren, y como en la mayoría de los casos los esfuerzos terminan siendo inútiles, ya se cuentan por montones quienes mueren por no conseguir el medicamento necesitado. Estamos, pues, luchando para ver como sobrevivimos en este caos que parece no tener fin. La situación es tan grave que se ha tornado inaguantable, intolerable…
Vivimos, literalmente, una lucha por la supervivencia del más apto, en el que los aprovechadores de río revuelto especulan con los precios de los poquísimos productos que logran salir al mercado. La necesidad ataca inmisericorde; la muerte asedia sin piedad, lo que obliga a que cada quien haga esfuerzos desesperados por comprar lo requerido “como sea” y al precio que sea. Es asunto de vida o muerte ¡a eso hemos llegado! Es cuestión de supervivencia, nada más, y cuando un hijo llora por leche o por una medicina, los demonios de la anarquía, del caos que produce el desespero, se puede desatar, se van a desatar; es asunto de tiempo nada más.
Los venezolanos votamos de manera masiva el pasado 6D, como nunca se había visto en la historia electoral venezolana, desesperados por un cambio que no soporta más dilaciones; se está jugando con una bomba que está a punto de estallar; que no aguanta mucho más; una vez que se active, los ayes y lamentos, las culpas y los análisis de lo que se pudiera haber hecho para evitar sus terribles consecuencias no podrán levantar las decenas de miles de cadáveres de las calles del país. Remember “Caracazo”. Y habrá culpables, muchos culpables por intención o por omisión…
Llegamos, pues, al punto de quiebre. Nada hay que permita algún atisbo de esperanza en lo inmediato; porque agotada la vía electoral, el régimen madurocabellista desconoce su resultado y no toma las medidas humanitarias, económicas y sociales urgentes, impostergables. Luego, no se puede seguir siendo incauto como para creer que el régimen va a cambiar de rumbo. Su estupidez es tan axiomática como inmensa, solo repiten necedades y salmodias de mentiras que ya no convencen.
Están completamente ciegos, sus obnubiladas escleróticas por los Ray Ban no los dejan ver nada. La embriaguez del nuevo riquismo los hizo sordos y divorciados de la realidad espantosa que sufre el pueblo, y los pobres que tanto dicen defender. Viven en otro mundo totalmente irreal, mágico, protegidos por vehículos blindados y centenares de guardaespaldas; en mansiones de lujo y groseras cuentas en el exterior. No hacen mercado, cola mucho menos; sus alimentos son llevados hasta las puertas de sus casas protegidas por guardia militar.
“Tanto va el cántaro a la fuente hasta que un día se rompe”, dice el refrán. El cántaro de la paciencia nacional está muy frágil. En cualquier momento se va a romper, tic tac, tic tac…
