El carnaval brasileño es el sueño de todo mosquito hambriento. Cinco días de fiesta continua con millones de personas en las calles, cuyos tobillos, piernas, brazos e incluso torsos descubiertos son un manjar apetitoso para estos insectos.
A pesar de las recomendaciones de que la gente se cubra todo el cuerpo y use abundante repelente en medio de un brote de zika, muchos brasileños dicen que pantalones y camisas de mangas largas, sumado al uso de repelentes, son algo que no encaja con el ambiente festivo del carnaval. Insisten en que se manejarán como de costumbre, incorporando tal vez alguna lentejuela adicional y algunas plumas.
«Hay que divertirse», comentó Angela Pessanha, propietaria de una mueblería y quien se describe como una «fanática del carnaval». Y el carnaval, señaló, «es la mejor manera de darle una buena dosis de diversión a todo el mundo».
Los festejos de este año comienzan el viernes, en momentos en que Brasil tiene poco para celebrar. La economía más grande de América Latina atraviesa por su peor recesión en varias generaciones, se ha pedido un juicio político a la presidenta Dilma Rousseff, un escándalo de corrupción en la petrolera estatal volteó a numerosas figuras políticas importantes y una creciente inflación y desempleo están afectando a la población.
A eso agréguele un severo brote de zika, un virus que muchos investigadores creen puede estar asociado con graves defectos de nacimiento.
Equipos de fumigadores han estado fumigando el sambódromo por donde desfilarán miles de bailarinas de las escuelas de samba, luciendo trajes que consisten en poco más que tacos altos, triángulos de spándex ubicados en sitios estratégicos y alguna pintura en el cuerpo.