El Ejecutivo nacional se declaró en desacato, ciertamente, frente al Poder Legislativo, al no comparecer los ministros de la economía ante la comisión especial que analizaba el decreto de emergencia. Hizo bien por su lado el parlamento al desaprobar ese adefesio. Era lo que correspondía en una democracia que rescata a duras penas su maltrecha decencia y el brillo, ahora mortecino, de sus instituciones.
El decreto era tan impresentable, tan difícil de defender, que el Gobierno más mediático que hemos tenido, el que encadena radios y televisoras a cada instante; financia películas a actores de Hollywood (Danny Glover, por ejemplo, con 17 millones de dólares); ha cubierto todo este tiempo, a través de Pdvsa, la calamitosa carrera de Pastor Maldonado en la Fórmula 1; y hasta una escuela montó sus fastos en el Carnaval de Río gracias a la profusión de fondos que aquí escasean para lo más elemental; ese mismo Gobierno, juerguista, aventurero y parlanchín, no aceptó sentarse frente a la comisión parlamentaria, porque allí, objetaron, tendría lugar un show mediático, con periodistas atentos a lo que se tratara, micrófonos y cámaras anhelantes de registrar cuanto dijeran, o callaran, los señores que disponen de nuestro destino como nación. O, peor aún, se lo juegan en una tambaleante, tramposa y manchada mesa de dados.
Los propios ministros, piezas de ese elenco que conforma el “nuevo” Gabinete de la emergencia, hablan idiomas distintos. La revolución ha degenerado en una patética Torre de Babel en que uno de sus personeros intenta plantear cómo piensa abatir la inflación, mientras otro salta y advierte que la inflación no existe en la vida real. Una ministra de agricultura urbana expone sus fórmulas mágicas para la “gran cayapa de la siembra del cebollín”, y 14 días después la destituyen. Es más, el Presidente llama a los líderes del sector productivo a un diálogo en el Teatro Teresa Carreño, para decirles que el sector privado es tan funesto y parasitario que él jamás sería empresario ni capitalista. ¿Cómo tomarlos en serio?
Por eso no pudieron ser más apropiadas, y demoledoras, las palabras del diputado José Guerra, quien presidiera con acierto la comisión encargada de descifrar los misterios del abortado decreto. Estamos a las puertas de un proceso hiperinflacionario, dijo. Es el modelo económico lo que fracasó. Allí, camuflado, agazapado entre el follaje de las buenas intenciones, estaba la propuesta de un “corralito” financiero, la restricción de la libre disposición del dinero, fórmula calcada de la muy desgraciada experiencia argentina, en diciembre de 2001, con caos y muertes a causa de la represión policial desatada tras la ira popular.
“Nadie que haya estudiado en una Escuela de Economía y tenga un grado mínimo de alfabetización pudo haber redactado un decreto tan peligroso, tanto para el país como para el Gobierno que lo propone”. Impecables palabras las de José Guerra. Según el Gobierno, los ministros no podían ventilar ante la opinión pública informaciones económicas sensibles. Antes, durante la ahora reivindicada Cuarta República, los voceros de la izquierda se burlaban de los Gobiernos democráticos cuando se negaban a revelar datos relativos al tema militar. El mundo entero, decían, sabe en detalles cuántos soldados y cuántos tanques y aviones tenemos. Ahora, vueltas que da la vida, el secreto de Estado abarca también la suerte de nuestra moneda, el abastecimiento de bienes y servicios, cómo se mitigará la inflación, los obligados ajustes por venir. No obstante, diversos organismos internacionales divulgan, en tiempo real, nuestra amarga realidad y las sombrías perspectivas que se abren ante todos. ¿Es cierto, por ejemplo, que hay comida hasta abril? ¿Deberemos pasar hambre en secreto? ¿Habrá medicinas? ¿Es verdad, o mentira, que estamos a las puertas de un default (cesación de pago de la deuda externa)? ¿Cuándo se restablecerá el pago a los pensionados en el extranjero? ¿Es verdad que el evento de crédito de la República está cerrado? ¿Qué pasa si Venezuela se ve forzada a usar 90% de los ingresos petroleros para honrar su deuda con acreedores locales y extranjeros? Las preguntas son muchas. Las angustias no se mitigan con silencio, con secretos mal guardados, ni tampoco con palabrería hueca. Los tiempos no están para frases pomposas, de ocasión, para majaderías como la de Nicolás Maduro el año pasado, cuando vaticinó que “2015 será el año de la victoria, la paz y el renacimiento económico”.