El pasado es el presente, cómo se parece, el cambio era perceptible porque deambulaba hacia el pasado.
Se oía el llanto de los niños ante el severo movimiento telúrico que destruyó la economía y la vida de bonanza de los habitantes, a pesar del aumento del fruto proveniente de los yacimientos petrolíferos, que fue dilapidado por leoninas negociaciones y regalos con fetidez de corrupción. El contenido de la novela es vivo recuerdo de lo que estamos viviendo.
Al ocurrir el terremoto político y terrenal la salud se declaró en emergencia, y la delincuencia sumaba miles de muertos, y se agotaban los libros con nombres de lesionados. El dolor rondaba la calle y se reflejaba en los rostros, las campanas retumbaban tratando de despertar a Dios; no hay gobierno, se quejaba la gente, y un ladrón de cuello blanco pero vestido de rojo robaba al país; Dios decía, no se puede uno descuidar, los jóvenes huían hacia otros lares, temiéndole al desastre.
El alcalde dejó un sucesor en el ocaso de su vida, pero le dijo: no hagáis lo que muestran mis obras, id mejor en pos de mi palabra, ya que hablo por los cuatro vientos. En esa tierra imaginaria pasada pero que se asemeja a la presente, allí se deslizaron los primeros años del escritor. Era una tierra árida y soleada, y la soledad amargó el corazón del autor de la novela, y construyó una muralla entre el recuerdo y la vivencia; el autor no huyo, se quedó en la contraída tierra que lo vio nacer.
La tranquilidad de la solariega ciudad donde vivía era un motivo de tedio que se vio interrumpido por el nacimiento de un niño viejo, al que se le puso el nombre de Socialismo. Ese mismo día murió otro personaje, al cual denominaban Democracia. Esto hacía equitativa la proporción de los nacimientos y defunciones. Se pregunta el autor: ¿Qué siente un niño cuando nace? Que el mundo se le viene encima; se disipó la lozanía del niño con una senectud precoz, ese nacido solo llegaría a la adolescencia relataba la parturienta, así lo embalsamemos no pasará de allí, el niño tenía la admirable apariencia de un anciano de rancia adultez.
Sonaron muy pronto las campanas de la tragedia; por el nacimiento de uno y la muerte de otro. Lluvias de lágrimas en la soledad, hace más profunda la escritura y su creación literaria, unió la realidad del mundo hostil y el ensueño creador y mágico, casi místico de la esperanza, que cree en la resurrección, vive una dialéctica, entre el nacimiento y la muerte y encuentra la síntesis, y se refugia en ella para expresar el pensamiento y en un impulso se dedica al trabajo y al estudio, para no dejarse ahogar por el tedio de la faena, trabaja, sueña y crea, convirtiéndose en un Ángel que pretende resucitar al fallecido, quien amaba la libertad.
En la dialéctica el sol y la noche eran contrarios, pero uno seguía al otro, el astro rey se retiraba para darle paso a la nocturnidad, pero era tentado por la idea de retornar y derrotar aquel imperio tinieblas, sudaba gotas de vidrio; ante el tiempo todo ha de sucumbir. Que drástico es el tiempo que ante nada se conmueve.
El autor desconocido, haciendo énfasis en el misterio del ensueño, el dolor, la soledad, la muerte y la resurrección, no ha perdido el valor y ante la agresión no agacha la cabeza, la mantiene erguida y por eso vive. El alcalde heredero del poder, necesitaba una fecha histórica, se monta en un burro y por decreto lo declaró histórico.
Como el alcalde no tenía sucesor convocó a elecciones, se presentaron dos candidatos, uno que tildaba al otro de apátrida y una destemplada constelación de improperios, y creó un enemigo imaginario al que llamó “El imperio” pero no conmovió a nadie y no votaron por él.
Ricardo, personaje de novela, culto escritor, le impuso a sus amigos el silencio sobre sus novelas; y a pesar de su soledad y de vivir rodeado de un muro de piedra impenetrable, sus obras fueron encontradas por sus amigos, que hoy la hacen conocer; ya que su destino no puede ser el olvido y es un imperativo deber, hacer conocer el mundo de ficción, de ingenio que en un lenguaje florido nos comenta de vacas con grifos en las ubres, de ballenas que en vez de expeler agua despedían luces de bengala, advirtiendo el retorno de la paz. A este autor desconocido, sus amigos aprobaron una ley de amnistía permitiéndole escribir y publicar esa novela que no quiere recordar.