A Pedro y Carla Isabel
“Y si me preguntan ¿cuál amor prefiero?, respondería que prefiero amores en silencio, esos que caminan a la orilla del mar, que se toman un vino, mientras se pasan la noche entera conversando… Esos que no hacen tanto alarde de amarse, porque con lo que sepan ellos dos basta” (Wason Brazoban)
El matrimonio nace de las raíces de la Creación, está señalado en el Génesis como el momento en el que Dios creó al hombre y a la mujer, los bendijo y les dijo: “Creced, multiplicaos y poblad la tierra”.
El Derecho natural, civil y canónico atribuye al matrimonio cualidades difíciles de encontrar en otra formalidad, ya que sus altos fines radican en la base de la familia, cimiento de la sociedad, elevado por Jesús a Sacramento.
Aquella sentencia antigua de que la única libertad del matrimonio es la muerte, no vale cuando el matrimonio es amargo, inseguro e infeliz.
Quien vive feliz y está contento no necesita a nadie más que a aquel o aquella que le proporciona felicidad, fidelidad, comprensión, respeto, diálogo, solidaridad, compañía, confianza, satisfacción, alegría, ternura y amor. Situación en la que la felicidad garantiza el éxito de la unión sin que nadie se crea el amo y dueño del otro, ni más que el otro, recordando siempre aquella máxima de –No hacer al otro lo que no nos gustaría no hiciera a nosotros.
Una casa es el lugar en donde alguien nos espera animoso, con una sonrisa, un beso y un abrazo. Las cosas que se dicen en el noviazgo y los detalles jamás deben olvidarse, porque si no se alimenta la llama del amor surge la rutina y el aburrimiento, muere la risueña musa, huyen las palabras, el nido se enfría… y las aves se van cuando hace frío.
“Sembremos la semilla que ella cuando grande nos sabrá agradecer. Vamos y no temamos que el sol de la libertad en lo alto nos alumbra, mimemos la felicidad que ella siempre nos espera, lleguemos pero lleguemos juntos. Compartamos este cielo, el mismo que saborearemos. No importa lo espantoso del camino, no vamos a temer por los fríos inviernos, nos sabremos defender” (Parte del poema Caminemos juntos, cuyo autor es mi hijo Mauricio J. Victoria N.)
Amar es poder pasar los dedos sobre el reflejo de colores que deja el crepúsculo en el agua mansa, es tener presente a Dios en los jardines del hogar como lo tiene el cielo presente allá en los astros, amar es regresar una y mil veces (aunque el tiempo pase y la piel nos agriete) a la ruta que en el verano las manos juntas embriagadas de amor y de ternura felices recorrían los floridos senderos, es pulsar el ritmo de los astros bajo un abrazo, amar es verse reflejado en el sueño de un espejo, es recordar que el ruiseñor dorado de la dicha canta una sola vez en el vértice de la noche que puede hacerse eterna. Amar como dijera el gran Rubén Darío debe ser: “Cariño que todo lo diga y cante, que encante y deje sorprendida a la serpiente de ojos de diamante que está enroscada al árbol de la vida”
La vida gasta y desgasta las palabras en toda relación de pareja, por eso es tan necesario el diálogo, sentarse, sonreír y dar brillo a las palabras. Para la lógica gris ni muy tenso ni muy flojo llevan al punto ideal. En el centro se encuentra el normal y feliz desenvolvimiento de un matrimonio perfecto en un mundo imperfecto.
Deseo eterna felicidad a Carla Isabel Rojas Segovia, la niña que vi crecer, estudiar y hacerse destacada profesional de la medicina, quien avanza hoy hacia el mundo de sus sueños, de la mano de su esposo Pedro Sierra. Felicitaciones.