Emergencia económica

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¿Cómo está Venezuela? No hay modo de disimular los problemas del presente, tampoco hace falta exagerarlos. Están allí, como desafíos. Aldabonazos en el portón de la tranquilidad.

Recién rompió su silencio el Banco Central. Nos dice que hasta septiembre de 2015, la inflación anualizada fue de 141,5%. La más alta y la única de tres dígitos en el planeta entero. El producto interno bruto, que en la estimación oficial debía subir 3 puntos en el año, en los datos del BCV cayó 7.1% solo entre julio y septiembre, parecido a lo que calculaba el FMI, aunque datos privados lo sitúan en 10%. Para el Cendas, la canasta básica familiar alcanzó en noviembre BsF. 121.853,63, casi cuatro veces lo que en marzo.

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Envilecimiento de la moneda, cuyo valor se evapora. Abismo entre el tipo de cambio oficial (Cencoex), uno de los más sobrevaluados del mundo, y aquel al que se consiguen las divisas para importar. En el Simadi es treinta y un veces el precio fijado para la moneda, y en el paralelo ciento treinta y siete veces. Escasez de todo tipo de productos. Colas para poder adquirirlos y porque con el pintoresco nombre de “bachaqueo”, la escasez y los controles de precios divorciados de la realidad, han generado un mercado de abastecimiento paralelo que no solo es el mejor, sino el único negocio rentable al alcance de cualquier habitante del país.

Producimos menos y nos hacemos más dependientes de importaciones que ya no pueden traerse, porque las divisas se volvieron escasas porque se sumieron por las alcantarillas del gasto desordenado, el despilfarro y la corrupción.

Por la situación del mercado internacional, el mismo que había hecho subir y mantener altos los precios durante más de una década, la cesta petrolera venezolana cae en los alrededores de los 29 dólares por barril, similar al más alto de 1981.

Es cierto que el valor del dólar también ha cambiado, pero el precio promedio de nuestro barril de petróleo en la década de los años sesenta fue de $ 1,94, en los setenta de $ 8,35, en la de los ochenta $ 21, en los noventas $ 14.67, mientras de 2000 a 2011 su promedio fue de $ 64,65, con mínimo de $ 20,18 en el año 2000 y pico de 101,08 en el 2011.

Nos creemos un país rico. Pero no aparecemos entre los primeros sesenta países en PIB per capita y tampoco entre los primeros sesenta y ocho en los que su población tiene mayor poder adquisitivo, en el anuario de The Economist con base en datos oficiales.

Se nos dice que hemos privilegiado la inversión en las personas para lograr una mayor equidad social. Sin embargo, tampoco aparecemos entre los 60 países con el mejor Índice de Desarrollo Humano y, en la misma publicación citada, mucho menos entre los primeros veinticuatro cuando a ese índice se lo ajusta por desigualdad. En el Coeficiente de Gini que mide la igualdad, ocupamos la posición 85 entre 160 países.

Según la investigación conjunta de la UCV-UCAB-USB, en 2015, 73% de nuestros hogares viven en pobreza. Un crecimiento de 53% en un año. Todos los pobres extremos de 2014 pasaron a ser pobres extremos. La mitad de los no pobres en 2014 pasaron a ser pobres en 2015.

Comprender esa realidad y su causalidad, es la base de enfrentar con éxito la emergencia económica que las acciones y omisiones oficiales han causado.

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