Por los años 20’ del siglo pasado vivió en Barquisimeto la señorita Ana María Hage Hendrina, en plena juventud, sosteniendo sanas y apacibles costumbres de esa época. Era aficionada a tocar piano y guitarra, engalanando con ese ejercicio las reuniones sociales donde su presencia, de manera especial, compartía con gente dada a la música, expresión muy activa en el ámbito cultural barquisimetano.
Entonces el profesor Napoleón Lucena, director de la Orquesta Mavare, ofreció brindarle enseñanza musical a la bonita muchacha, y así programó varias visitas a su hogar. Pero en cierta oportunidad el maestro se vio obligado a guardar reposo, aquejado por molestias en la garganta, aprovechando ese paréntesis para preparar y enviarle unas lecciones a la joven Hage Hendrina. Después volvió con el fin de que ella ensayara al piano las notas escritas, saliendo de su aventajada alumna la más extraordinaria respuesta musical.
Esa melodiosa expresión quedó para la historia, pues con música escrita por el maestro Napoleón Lucena y con letra del poeta yaracuyano Andrés Manuel Rojas, la Orquesta Mavare la arregló después en forma de bambuco y un día apareció en público bajo el nombre de Hendrina, en honor a la talentosa muchacha. Andando el tiempo esta pieza se convirtió en himno sentimental del estado Lara, mérito que le enaltece por cuanto Barquisimeto es reconocida dentro y fuera de nuestro país como Capital Musical de Venezuela.
Por otra parte, en el libro Ocasiones y testimonios, del doctor Jesús Colmenárez Oropeza, editado el año 1966, se narra cómo nació el nombre de otra pieza considerada emblema musical del estado Lara, cuya autoría es de don Antonio Carrillo, maestro barquisimetano de la mandolina. Sucedió cuando éste, en una madrugada a fines del año 1915, acompañado de un grupo de amigos, llevó serenata al presbítero doctor Carlos Borges en la casa parroquial del templo Inmaculada Concepción.
Luego de oír y solicitar la repetición de una bella melodía que se estrenaba en aquella oportunidad, el Padre Borges preguntó cómo se llamaba. Tras recibir como respuesta que aún no se le había dado nombre, se le pidió a la vez que la bautizara él. Enseguida, en medio de una suave brisa que batía los chaguaramos de la Plaza Miranda (actual Plaza Bolívar), el sacerdote miró hacia el cielo y descubrió el claro titilar de una estrella; entonces muy inspirado dijo:
-Llamémosla “Como llora una estrella”.
Esta pieza, que en la actualidad está cumpliendo 100 años de su estreno, también ha identificado con éxito el pentagrama larense, gloria al talento y perseverancia musical del maestro Antonio Carrillo.