El retorno a la Asamblea Nacional comenzó a gestarse cuando la gente comenzó a hablar en público y cada vez con mayor frecuencia por ese formidable medio de comunicación que es Radio Bemba. Es una red incontrolable, cada ciudadano es una antena receptora y transmisora que funciona en todas partes y con cobertura nacional.
Donde quiera que había una aglomeración en el transporte, en el supermercado, en la plaza, en el hospital, siempre había alguien que comenzaba a agitar el malestar entre los que estaban al alcance de su voz.
Ciertamente, al principio había quien negara la realidad de los hechos, insistía que eso era el imperialismo o la burguesía apátrida, pero poco a poco esas voces defensoras del gobierno y sus políticas se fueron apagando a medida también en que la crisis se hacía inocultable. El murmullo se fue convirtiendo en una atronadora bola de nieve. Fue en ese momento en que el gobierno comenzó a perder la batalla.
El gobierno sabía que estas cosas pueden ocurrir y las trató de prevenir cuando hace varios años creó las llamadas guerrillas comunicacionales, que no resultaron en nada, porque no podían mostrar los buenos resultados del gobierno que no existían en ninguna parte. Tampoco podía reprimir a los que en número creciente hablaban en voz alta: por cada uno que comenzaba a hablar, cientos les seguían la corriente: imposible derrotar un frente tan amplio.
Hay que resaltar que esto pudo ocurrir por nuestras características caribeñas: no nos cuesta nada hablar con cualquier desconocido ni este se siente agredido o invadido en su privacidad si intervenimos en alguna conversación que no nos toca. Es cierto, somos metiches y dicharacheros y esta cualidad nos está ayudando a derrotar un régimen que solo nos ha traído desgracias.
Otros pueblos, como los del sur: los argentinos, uruguayos y los chilenos, tienen otras conductas en los espacios públicos. La gente anda por la calle ensimismada, no se interesa por lo que ocurre con el vecino de su cola, simplemente, se concentra en lo que está pensando o leyendo y cualquier desconocido que quiera hablarle será visto con desdén. Hay que señalar que estas diferencias en la conducta publica entre venezolanos y sureños responde no solo a los modos de ser de cada pueblo, sino también a su historia reciente. En Venezuela venimos de 40 años de democracia, una herencia que el chavismo no pudo quitarnos mientras que los sureños han pasado por dictaduras terribles lo que –presumo- los han hecho mucho más cautos. Un desconocido impertinente que quiera hablar de problemas políticos en un sitio público puede ser visto como un provocador al servicio del régimen.