Una vez instalada la Asamblea Nacional y juramentada su junta directiva, se anunció la intervención de Julio Borges, jefe de fracción de la bancada de la Mesa de la Unidad Democrática. La notificación encendió al chavismo y sus representantes brincaron al estrado para cuestionar la legalidad del discurso. Según la minoría oficialista la acción violaba el Reglamento. Comenzó así la escena que da pie a mi reflexión.
Del lado izquierdo del cuadro empujones que iban calentado el ambiente, tumulto, agitación de brazos y una escalada en el conflicto que nos hacía pensar que corría riesgo la sesión. En el estrado, en medio del caos y del desorden, estaba Julio Borges. Traje oscuro, corbata sobria, lentes de corrección y una carpeta amarilla. Comienza el discurso: “¡El pueblo nos trajo, la Constitución nos convoca y la historia no los demanda!” Borges hablaba con voz firme, pero no se escuchaba. La violencia distraía y los gritos opacaban. Pero Julio seguía reflexionando sobre nuestras alegrías, nuestros desafíos, nuestras propuestas y nuestras aspiraciones.
La imagen hablaba con fuerza. Era la descripción viva de nuestra disposición en contra del abuso y la desidia. Frente al motín, la amenaza y la violencia estaba la institucionalidad del podio y la racionalidad del orador. Es la República frente a la tiranía, la civilidad frente a la barbarie, la palabra ordenada frente al grito ensordecedor, la democracia frente a la dictadura.
Continúa el discurso, se caldean los ánimos. El orador continúa: “Debemos darle vida a nuestro pacto fundamental y desterrar del ejercicio del poder modos arbitrarios que recuerdan a José Tadeo Monagas y su premisa: La Constitución sirve para todo”. La frase se escucha aislada, Julio Borges ignora los manotazos que intentan detenerlo, hace una pausa y continúa leyendo.
Mientras observaba la escena me preguntaba si Borges debía detener su intervención hasta que se restablecieran las condiciones que permitieran la comprensión de sus palabras o si debía seguir adelante, tal como lo estaba haciendo. Y encontré en su decisión al país que ha seguido adelante con firmeza dando testimonio de resistencia. La Venezuela que no se ha detenido en 17 años de injusticias y ha buscado caminos institucionales en medio del ejercicio arbitrario del poder.
Julio siguió, el país también. El hemiciclo se calmó, el discurso finalizó y recordé estas palabras de Mario Briceño Iragorry: “A la política de gallinero, burdamente pintada por el viejo Monagas, debemos oponer una amplia política de comprensión, de inteligencia y de armonía, que ponga cese al proceso doloroso de una Venezuela gozosa y una Venezuela doliente, de una Venezuela que se mira alegre en el provecho del negocio y del poder y otra Venezuela callada, que llora la persecución, el exilio y la cárcel de sus hijos”.