Dos días antes de morir, David Bowie lanzó “Blackstar”, su álbum número 25 y un apropiado epitafio musical.
En “Blackstar” Bowie se transforma, nuevamente, demostrando que a los 69 años todavía tenía muchas sorpresas bajo la manga.
El álbum fue grabado principalmente con un cuarteto vanguardista de jazz y con su viejo colaborador y coproductor Tony Visconti. Bowie logró una colección evocadora de siete canciones que aborda los temas de la muerte y la desesperanza, y que seguramente serán analizadas semánticamente como claves sobre su propia mortalidad inminente.
Pero lejos de deprimir, el álbum da una sensación de ánimo e invención incansable. Esto se debe, claro, a Bowie, pero sus nuevos compañeros de banda mantienen el ritmo nota por nota, especialmente el baterista Mark Guiliana, cuyos toques persistentes le dan un sostén terrestre a la voz etérea de Bowie, y el saxofonista Donny McCaslin, cuya interpretación llorona suele darle al proyecto una sensación deliberadamente desequilibrada y discordante.
Ya sea por la perturbadora pieza que da título al álbum, que une ritmos aparentemente disparatados y que se ha dicho que se trata sobre el Estado Islámico, o la historia contada desde el cielo “Lazarus”, o la última pieza “I Can’t Give Everything Away”, Bowie no sólo se reinventó por última vez, sino que reinventó la música popular de una manera que impone un reto pero no excluye al escucha. Es una despedida musical apropiada y satisfactoria.