#Editorial: “Cambios” oficiales

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Nicolás Maduro perdió, él y su Gobierno, las elecciones parlamentarias del seis de diciembre, que ofreció ganar “como sea”. Por encima de miedos y chantajes, el país salió a votar ese día, fundamentalmente para exigir una rectificación, profunda y urgente, sobre todo en lo atinente a la política económica, con su reflejo en el cuadro social. Segundo año consecutivo inmersos en recesión, inflación récord, desmejoramiento del salario, escasez. Las alarmas estaban encendidas, anunciaban caos.

La única respuesta aparentemente seria por parte del Ejecutivo fue el anuncio de cambios en el Gabinete, como paso previo a la declaración de una emergencia económica. Pero las sospechas quedaron confirmadas enseguida, con estupor. No pasó de ser otro enroque de gastadas figuras representativas del fracaso, fusiones y más burocracia, con la creación de siete nuevos despachos, entre ellos el de agricultura urbana. Los ministerios son ahora más de treinta. Aristóbulo Istúriz fue sacado de improviso de la gobernación de Anzoátegui para entregarle la vicepresidencia. ¿A qué se anticipa la movida de esta pieza? Jorge Arreaza, corrido al ministerio de Educación Universitaria (al propio tiempo es vicepresidente del Área Social, y deberá coordinar los despachos de Educación, Salud, Trabajo, Cultura, Deportes y Juventud; y Mujer), todo dentro del disparatado supuesto de que los hombres de la revolución son sabios que dominan todas las vertientes del conocimiento humano, especie de providenciales comodines que pueden pasar sin pestañear, por ejemplo, de administrar Pdvsa a una alcaldía, a las artes de la diplomacia, al parlamento, al ámbito eléctrico, o al arreglo, en su santo lugar, de los huertos y cultivos organopónicos. “Cilia y yo tenemos 60 gallinas ponedoras. Y todo lo que nos comemos en ñemas, todo, es producido por nosotros”, ilustró el amo de la perturbada granja.

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No obstante, el detalle más aparatoso en los “cambios” fue el nombramiento del nuevo cerebro de la Economía, Luis Salas, sociólogo de 39 años que viene de coordinar, en diciembre, el Congreso Ideológico del PSUV. Aparte de su escuálida trayectoria, si algo aclara la designación de este caballero es que nada cambiará. Esta ficha es garantía de que el Gobierno persistirá en su errores, en sus trasnochadas tesis. Salas es un radical que ve a la empresa privada, literalmente, como un mal a extirpar.

Es un “tumor económico”, opina. Defensor acérrimo de los controles, ha proclamado que “la inflación no existe en la vida real”. ¿Cómo pedirle, entonces, al flamante ministro, que ataque una ficción? Dice que el Estado no tiene responsabilidad alguna en el fenómeno de la inflación. Creer que la monetización del déficit, el gasto fiscal, es un elemento a analizar en todo esto, es, a su juicio, partir de “un mal diagnóstico”.

Se trata de una delirante visión compartida. La nueva ministra de Salud, Luisana Melo, a quien le toca enfrentar uno de los lados más sensibles y angustiosos de la crisis que la nación padece, con sus hospitales sumidos en espantosa inopia y miles de pacientes expuestos a una muerte segura por falta de medicinas y equipos, ha dicho que lo importante no es organizar una “lista de quejas”, o de fallas a corregir, sino entablar un debate político-conceptual con las comunidades, “para la defensa del proceso revolucionario”.

De manera que del Gobierno no se puede esperar rectificación, ni ajustes espontáneos. La revolución, más débil y desorientada que nunca, luce condenada a persistir en su “línea dura”, obcecada, en ánimo de supervivencia política, y, más concretamente, de salvaguarda de privilegios e impunidades de unos pocos. Sólo eso. Sin flujo de caja, con un barril de petróleo en 27 dólares, una deuda consolidada del sector público que superó los 249.000 millones de dólares, y sin la audiencia internacional de antes, no hay forma de correr la arruga de una catástrofe que este año amenaza con producir una detonación de mil demonios. Los cambios vendrán, entonces, por la misma vía del 6D. La de la presión social, y política. Eso pone de relieve el escenario del parlamento. Es más, eso explica los histéricos amagos por clausurar una institución pluralista por naturaleza, a la cabeza de la representación política del Estado. Como diría Henry Ramos Allup, la Asamblea Nacional ahora “lleva el tiempo”.

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