En 1990, cuando Roger Vásquez tenía tan sólo 20 años de edad, fue diagnosticado con un tumor hipofisario, que es un crecimiento anormal en la hipófisis; la parte del cerebro que regula el equilibrio de muchas normas en el cuerpo. Comenzó a realizarse una serie de estudios, tomografías y tratamientos, ya que para la época no era tan común escuchar de este tipo de tumores. Durante ese proceso sufrió de fuertes dolores de cabeza y constantes desmayos.
Por recomendaciones de especialistas en el estado Lara decidió trasladarse hasta el Hospital Dr. Miguel Pérez Carreño en Caracas. Recuerda que su caso lo llevó el doctor Marlon Díaz quien lo intervino a las semanas. “Teníamos miedo por lo que pudiese suceder, pero me encomendé a la Divina Pastora, como me enseñó mi familia”.
La cirugía duró cinco horas y todos los resultados fueron positivos, recuerda que la recuperación fue exitosa.
Un año después comenzaron nuevamente los dolores de cabeza y mareos; temía que la historia se repitiera, pero con el apoyo de su esposa decidió ir al especialista.
Una mañana de 1991, después de varias tomografías y análisis, el mismo doctor Díaz le confirmó que se trataba de otro tumor que se había reproducido, pero que era más grande y por la complejidad de la cirugía tenía el 80% de posibilidades de quedar ciego. A pesar del pronóstico ese era el único camino para salvar su vida: someterse a la cirugía.
“Tenía varias semanas pidiéndoles a la Divina Pastora y al doctor José Gregorio Hernández, pero ese día, horas antes de entrar al quirófano, le pedí con todo mi corazón, puse en sus manos mi vida y las manos de los médicos”.
Cuenta que la operación duró muchas horas y aunque todos sus allegados esperaban lo peor, los especialistas lograron extraer el tumor. “El proceso de recuperación fue muy lento y complicado, pero yo sabía que estaba en manos de la virgencita”. Seis meses después un último estudio le confirmó al médico tratante que ya no existían restos de tumor en el cerebro de Roger. Esa alegría que lo invadió a él y a su familia sólo duró unos días.
A su único hijo de dos meses de nacido le detectaron meningitis bacteriana y según los médicos no tenía posibilidades de sobrevivir, de lo contrario quedaría con problemas cerebrales.
“Una vez más, y con el corazón, le pedí a la Divina Pastora, le supliqué que no dejara que mi hijo se me muriera”.
Comenzaron nuevamente con los exámenes, los tratamientos previos, acudiendo a médicos hasta que lo operaron. No oculta su dolor al recordar por lo que debió pasar, pero en esa oportunidad fue más doloroso porque se trataba de su hijo. Los médicos no tenían esperanzas de salvarlo.
Sin embargo, lo intervinieron y todo fue un éxito, pero debían esperar cómo sería su crecimiento y estudiar sino quedarían secuelas graves. A los dos años de edad le hicieron estudios: el niño estaba sano, sólo había quedado con problemas auditivos del oído izquierdo.
Mueve montañas
“Yo creo que la Divina Pastora mueve montañas y yo lo comprobé: hoy en día mi hijo tiene 24 años y es un muchacho realmente sano”.
Para Roger es necesario creer en la Virgen y pedirle de corazón no de palabras; confiar en que ella guiará por el mejor camino. Los problemas y dificultades, ponerlos en sus manos.
El vive en el pueblo de Santa Rosa, justamente frente a la plaza y diagonal a la iglesia. Afirma que desde pequeño ha sido devoto porque incluso antes de que le hiciera los milagros ya escuchaba cada historia de las personas que acudían cada año a visitar a la Virgen y darle gracias.
“Aquí en el pueblo a más de uno la virgencita le ha hecho su milagro; no se trata de cuentos sino de realidad”.
Historia de una devoción
Dios inspira la advocación a fray Isidoro de Sevilla
Si estás buscando acercarte a Dios, ahí tienes a tu madre, expresa la letra de la canción que compuso la religiosa chilena Glenda Hernández o Hermana Glenda como es conocida.
Y con el correr de los años, los cristianos siguen viviendo el amor maternal de la Inmaculada, así como la veían los misioneros que trabajaron en la provincia de Venezuela y quienes tenían la idea de traer a Latinoamérica una nueva advocación mariana para que además fuera patrona de las misiones.
Precisamente, entre los capuchinos estaba fray Isidoro de Sevilla, él inspirado por el Todopoderoso solicitó al pintor Alonso Tovar que representara a la Madre pero esta vez vestida de pastora, con el niño entre sus brazos y el rebaño a los lados.
El cuadro estandarte estuvo listo el 8 de septiembre de 1703, en la festividad de la Natividad de la Virgen María y, a juicio del padre Pablo, la advocación se complementa con el título del Buen Pastor que identifica al Señor: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas”, San Juan, capítulo 10.
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