#EspecialDivinaPastora Padre Arbey: El milagro más grande fue curarme

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Para el padre Arbey, el milagro más grande de la Divina Pastora es esa inmensa multitud de pueblo que le acompaña cada 14 de enero en su peregrinaje desde su santuario en Santa Rosa hasta la Catedral Metropolitana de Barquisimeto.

El clérigo, de la orden Misioneros de la Consolata, se siente agradecido a la Virgen María, en la advocación de la Divina Pastora, por haberle permitido continuar disfrutando de la vida que Dios le concedió.

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Afectado por un cáncer intestinal que la ciencia médica calificó como terminal, Arbey de Jesús Llanos, un caleño que se hizo venezolano prácticamente desde su llegada al país hace 18 años, atribuye a la patrona de los larenses el retorno de la salud a su cuerpo.

A su regreso de Italia, primero estuvo en la iglesia El Buen Pastor, en Patarata y luego en la parroquia Santo Domingo de Guzmán, en El Ujano, cuando conoció la divina imagen.

“Desde el primer momento me fui enamorando de la Virgen, la tuve en contemplación, porque uno sabe que ella intercede ante su hijo, Jesús Cristo, cuando es necesario”.

Sobre su enfermedad, recuerda que su viacrucis comenzó en el 2004 cuando le fue detectado el mal en su fase terminal.

“Había dificultades para recibir el tratamiento adecuado por falta de medicamentos y me trasladaron a Bogotá donde me internaron en una clínica para esperar la muerte”.

Dice que se encontraba muy mal al punto de que daba dos pasos y tenía que sentarse por la debilidad.

En aquel centro estuvo un año, llegó a pesar sólo 42 kilos, sin esperanzas de recuperación, de acuerdo a los diagnósticos por parte de los médicos, aunque el sí las tenía, siempre pensando en aquella imagen que conoció en Venezuela.

Se ríe al recordar que cuando en Bogotá insistía ante sus cuidadores que debía viajar a Barquisimeto porque la Divina Pastora lo estaba esperando para curarlo, pensaban que era demente.

“En Bogotá les explicaba que no podía dejar a la Virgen esperándome el 14 de enero y me vine”, dice sonriente.

Y el 13 de enero de 2005, víspera de la tradicional procesión, ya me encontraba en el santuario de Santa Rosa, participando en la homilía nocturna.

“Aquella fue una misa especial, maravillosa, y desde esa noche comencé a sentir algo en mi cuerpo, los dolores que sólo calmaba con la morfina, fueron desapareciendo hasta no sentir nada”, refiere.

Aún con cierto temor, posteriormente, el padre Arbey fue llevado a Caracas para un chequeo rutinario y la sorpresa de los médicos fue mayúscula cuando en las placas se observó que las manchas oscuras que aparecían antes estaban tornándose blancas, hasta desaparecer.

Estuvo dos años en recuperación hasta sentirse completamente sano y en condiciones de volver a sus obligaciones pastorales.

“Dios sabía que todavía tengo una misión que cumplir en este mundo y por eso, ante la intercección de la Virgen María, en la advocación de la Divina Pastora, me hizo el milagro de sanarme para continuar viviendo”.

Pero el milagro más grande de la Virgen es esa gran multitud que cada 14 de enero se vuelca hacia ella para acompañarla en su recorrido.

“Y este 14 de enero, con toda seguridad que seguirá creciendo la cantidad de ovejas que caminarán con ella desde Santa Rosa hasta la Catedral, reafirmando la vocación mariana del pueblo, no sólo barquisimetano y larense sino también de otras ciudades, e incluso otros países”.

Alma caritativa

El padre Arbey agradece a la Virgen María, por intersección de la Divina Pastora, la curación de la terrible enfermedad que le aquejaba, pero también a un alma caritativa de Barquisimeto, a quien solamente identifica como “la señora Filomena”, quien, enterada de sus deseos de regresar a Barquisimeto, le ofreció albergue, a pesar de su enfermedad que, como era lógico pensar, requería de atenciones especiales.

El cólera como instrumento de conversión

En los últimos meses del año 1856, el cólera causó muertes en muchas ciudades de Venezuela, entre las más afectadas estuvo la ciudad de Barquisimeto. Para la fecha, la figura de dos sacerdotes: José Macario Yépez y José María Raldíriz, juegan un papel determinante en la fe del pueblo.

Ejercieron su ministerio como curas interinos en la iglesia de Santa Rosa. En el tiempo que permanecieron como interinos, le dieron comienzo a la construcción del templo que existe hoy; en el año 1812 se cayó el que construyó el padre Sebastián Bernal. Para el año 1864 el arzobispo de Venezuela, Silvestre Güevara, consagró la iglesia.

El arzobispo nombró a otro cura propietario en Santa Rosa, el prebístero Macario Bracho, quien atendía en oraciones y caridad, a los enfermos del cólera. Mientras que el prebístero doctor José María Raldíriz ejercía como vicario foráneo. Por su parte, el padre Macario Yépez, se ubica como el cura párroco de la iglesia Concepción, quien en compañía de Bracho y Raldíriz, cooperan en animar la fe de los enfermos que sentían perder sus fuerzas por aquella terrible peste.

 

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