Once años de un milagro, fervor mariano, promesas, esperanza, fe y por encima de todo amor.
El 18 de octubre de 2004, Dilmary Latiegue, con ocho meses de embarazo, sufrió un gran sobresalto. Su hermano se cayó mientras pintaba el cuarto. Se destrozó las piernas. En ese momento, ella sintió que el bebé se le movió bruscamente hacia un lado del abdomen.
Comenzó a expulsar el líquido amniótico. El parto sobrevino tras permanecer dos días en el ambulatorio de Cabudare, donde los galenos no pudieron detener lo inevitable.
El día 20, Dilmary fue trasladada al Hospital Central Antonio María Pineda. Mientras la preparaban para la cesárea dio a luz. Ángel Miguel nació con una hipoxia perinatal; no respiraba. Estaba cianótico. Los médicos que lo recibieron lo daban por muerto. Sin embargo, la criatura fue trasladada al Seguro Social Pastor Oropeza, donde permaneció 15 días en la Unidad de Cuidados Intensivos.
Cuando le quitaban el respirador sufría paros respiratorios. Ante esta realidad, la familia devota de la Divina Pastora, elevó plegarias y realizó cadenas de oraciones. Ángel Miguel reacciona, comienza a respirar por sí mismo.
Los Latiegue reiteran sus peticiones y prometen regalar agua cada 14 de enero. La recuperación del recién nacido fue lenta y delicada, bajo estrictos cuidados médicos. En Terapia Intermedia estuvo diez días más. Aprendió a tomar leche maternizada. Dilmary no podía amamantar.
Al salir de este trance, la doctora María Elena Blanco les dijo que se prepararan porque venía el trabajo fuerte. Al niño debían llevarlo a todos los especialistas: neumólogo, traumatólogo, neurólogo y otros. En un principio el diagnosticó del fisiatra arrojó que Ángel Miguel no iba a ver, hablar ni caminar, que permanecería vegetal. En eso coincidieron otros médicos.
No obstante, la promesa latía. A los seis meses, el bebé comenzó a expresar las palabras mamá, papá, tetero y agua.
Pero, otra prueba más abordó a la familia. A esa edad el niño convulsionó sin presentar fiebre. Le diagnosticaron el Síndrome de West, consecuencia del nacimiento.
Ángel Miguel volvió al hospital, ya no sonreía ni se movía. Era necesario buscar un medicamento en Colombia, de lo contrario, todo lo alcanzado se perdería. La familia lo hizo. Fue al vecino país por carretera. Aún toma su medicina, la cual le afecta la visión. Poco a poco le reducen la dosis.
“Hoy en día, gracias a Dios tenemos un amigo que es misionero de la Cruz Roja Internacional y trabaja en el Vaticano. Gracias a Dios y a la Virgen nunca nos ha faltado nada”.
Ya al año el niño comenzó a hablar claro.
Actualmente, estudia quinto grado. Le aplican exámenes orales. Aún no escribe ni camina solo porque su motricidad fina no ha evolucionado. Se sostiene con andadera. Pese a su limitación hace deportes y participa en todas las actividades como un niño normal.
“Nuestra promesa es para toda la vida”, dijo Dilmary.
Promesa
La familia prometió caminar la procesión desde Santa Rosa hasta la avenida Vargas.
Comenzaron regalando 500 botellas de agua. Hoy en día, todos aportan y obsequian más de 7.000. La familia suele ubicarse en la avenida Venezuela con calles 13 y 14.
“Todos están pendientes de mí, todos me ayudan y cuidan. Tengo muchísimos amigos. Yo me siento igual que todos los demás, hasta hago deportes. Juego fútbol, practico natación, estuve en música y kárate. Soy fanático del Cardenales de Lara, me gustaría ser narrador de los juegos de Guaros de Lara”, expresó Ángel Miguel.
“Lo más grande que ha hecho la Pastora es inspirarnos a través de Ángel Miguel porque él es nuestro Maickel Melamed”, dijo William Gil, esposo de Dilmary.
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