La democracia se contrapone a toda forma autoritaria, tiránica, dictatorial que pueda afectar negativamente la vida de las personas tanto en su individualidad como en su expresión política y social. Esa realidad está exigiendo con urgencia la necesidad de ciudadanos activos, léase personas que estén motivadas por el interés en los asuntos públicos, que se conviertan en propulsores de los cambios necesarios que se plantean en nuestro país. Ese es un elemento primordial para que la democracia no se convierta en un jugoso negocio para unos y en una fuente de poder inagotable para otros. Y, para el resto, en una hermosa ficción. El camino para llevar a cabo este propósito es el de la participación ciudadana, entendida en su real dimensión y no como el mal llamado “poder popular o comunal” que adultera y envilece políticamente dicha participación.
Sobre este tema resulta oportuno invocar enfoques de estadistas que comprendieron la significación de la democracia como un sistema de vida, el papel del ciudadano y de los partidos políticos. Cabe mencionar a Willy Brandt, alcalde de Berlín occidental, Canciller de la República Federal Alemana, Premio Nobel de la Paz y líder de la socialdemocracia, quien habló sobre del Estado en una sociedad de ciudadanos libres: “El Estado no es un fin, sino un medio. No es un ídolo todopoderoso sino algo que organizar y supeditar al interés general, no al de los grupos privilegiados”. Un Estado dominador y avasallante es el delirio de los autoritarios…
Y es que, para Willy Brandt, tal como lo comenté en la cátedra de Legislación Municipal o Participación Ciudadana en la UFT, un Estado que no estuviera al servicio de los ciudadanos era sinónimo de un Estado totalitario, interventor en la vida de las personas, opresor en lo político, tal como ocurrió en los países en manos del comunismo. Por esa razón y en defensa de los ciudadanos que sufrían los efectos de la tiranía marxista sostuvo lo que sigue: “El problema del poder es cuando sofoca toda creatividad e iniciativa personal. Estamos contra los cínicos que oprimen sociedades enteras”. Como líder político de larga trayectoria expresó su respeto y reconocimiento por la decisión que por la vía del voto tomaron sus ciudadanos, aunque le fueron adversas en algún momento: “No somos elegidos por Dios sino por el electorado, por lo tanto, buscamos el diálogo con todos aquellos que ponen sus esfuerzos en la democracia. Necesitamos, en el sentido de la propia responsabilidad y de la responsabilidad común, más democracia, no menos”.
Y Moisés Naím, en relación a este tema, en su libro El Fin Del Poder plantea que un exceso de concentración o anarquización del poder causa daños sociales; en tal sentido, cuando palpamos la realidad venezolana de hoy nos encontramos con un proceso de fragmentación del poder que está conduciendo a cuadros de caos y anarquía. Desconocer en la práctica, desde Miraflores, resultados electorales que son la expresión genuina de la voluntad mayoritaria de los ciudadanos y asumir discursos, acciones y posiciones violentas como respuesta a la derrota refleja en gran medida un espíritu limitado y estrecho. Naím cita al filósofo Hobbes y sus advertencias de la “guerra de todos contra todos”. Tal situación, perversamente promovida por quienes se asumen dueños de un poder absolutista y autoritario al margen de lo ocurrido el 6D, conlleva peligrosamente a una “antítesis del bienestar y el progreso social”. Ha llegado la hora. Venezuela necesita más y mejor democracia. Los tiempos marcan el fin de la hegemonía…