Cuando se sembró la primera semilla del chavismo en Venezuela, Henry Ramos Allup, el político más experimentado de la oposición, ya se perfilaba como uno de sus más acérrimos adversarios.
«Estése tranquilo que aquí cambiaron las cosas», sentenció este martes desde la tribuna del hemiciclo parlamentario, al dirigirse a un diputado chavista que lo interrumpía mientras dirigía su primera sesión juramentado ya como presidente de la nueva Asamblea Nacional, de mayoría opositora.
Ramos Allup, es el secretario general de Acción Democrática (AD), el partido más poderoso de la historia republicana de Venezuela antes de que el difunto líder Hugo Chávez ascendiera al poder en 1999.
Cuando Chávez lideró en febrero de 1992 el alzamiento militar contra el entonces presidente Carlos Andrés Pérez, el congresista tomó la palabra para condenar «tan despreciables hechos».
Ante los ojos del oficialismo, este abogado de 72 años encarna las «cúpulas podridas» que el líder socialista prometió combatir cuando ganó la presidencia en 1998, pero para sus partidarios es el hombre que pone el dedo en la llaga en la compleja realidad venezolana.
Tras el asesinato de un dirigente regional de AD previo a las elecciones legislativas del 6 de diciembre, acusó del crimen a simpatizantes del partido de gobierno, ante lo cual el oficialismo anunció que lo demandaría por «difamación».
«¡Me estoy derritiendo del miedo!», respondió con sarcasmo el diputado y uno de los líderes de la opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD).
«Nací aquí y aquí me van a enterrar»
Ramos fue parlamentario entre 1992 y 2005, y luego entre 2010 y 2015. Impulsada por él, la oposición no participó en los comicios de 2005, alegando desconfianza en el organismo electoral; la Asamblea quedó entonces bajo control total del chavismo.
En 2009, en vísperas de un referendo para aprobar la reelección indefinida, le lanzó una advertencia a Chávez: «Usted no se va a poder quitar de encima su tragedia, lo que no lo deja dormir, que es el hecho de que usted tiene fecha de vencimiento como cualquier cartón de leche».
Al líder de la «revolución bolivariana», a quien atribuía «severos desequilibrios mentales», llegó a llamarlo «el malandro (delincuente) de Miraflores».
Ramos también ha descargado su artillería verbal contra Nicolás Maduro, el heredero político de Chávez. Piensa que su gobierno quedó «patuleco, enclenque, anémico» después de las legislativas en las que la MUD puso fin una hegemonía oficialista de 16 años al lograr dos tercios de los escaños.
Al calor de las protestas antigubernamentales que dejaron 43 muertos en 2014, cuando el país vivía un pico de polarización política, Maduro convocó a un diálogo transmitido en cadena de radio y televisión, al que asistieron los máximos dirigentes, incluido el entonces presidente de la Asamblea y número dos del chavismo, Diosdado Cabello.
Allí, Cabello intentó interrumpir la crítica intervención de Ramos, quien había anunciado que no desaprovecharía esa oportunidad inédita para confrontar al gobierno.
«No te pongas bravo, Diosdado. ¡Mira, yo no estoy en la Asamblea, yo no soy subalterno tuyo!», afirmó sereno, mientras revisaba su libreta de apuntes.
Al final de aquella intervención, le habló directamente a Maduro: «Yo nací aquí y aquí me van a enterrar. El éxito de esto que estamos haciendo (el diálogo), la verdad es que depende muy poco de nosotros. Depende de usted, que es el jefe de Estado», le dijo.
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