LOS epitafios de Cardenales tienen fecha: 30 de diciembre. Allí se exhala el último suspiro. En sus 50 años de historia no ha podido ganar en cuatro juegos extras, tres de ellos en los últimos torneos. Van seis eliminaciones en siete campañas, con el oxígeno de una final en el medio. Perder los careos bonitos, los chiquitos, es una constante terrible, agobiante, preocupante. Maracaibo, Puerto La Cruz, Barquisimeto, Caracas. Recuerdos ingratos, sofocantes… DE reveses tormentosos se puede escribir en demasía. Pero el del miércoles pasado en el Universitario deja una cicatriz que tardará en cerrar. Quedamos aturdidos, al borde del shock, cacheteándonos para volver a la realidad. La emoción por el jonrón de Rangel Ravelo ahogada minutos después en el clímax de una reacción caraquista que apagó la intensidad del fulgor cardenal. Sensación extraña de impotencia. Como en aquellos 80 cuando los Leones ganaban porque sí. Se han perdido juegos increíbles, pero el del martes pasado va a la cabeza. El béisbol castiga y Lara recibe los latigazos de un deporte impredecible… VEINTICUATRO horas antes hubo un cierre parecido. En los infartantes innings postreros parecen faltar piernas, corazón, temple. El escenario de Los Chaguaramos como que intimida a los de casaca roja. No pudieron cerradores calificados. Caracas disparó los cañonazos a mansalva sin que hubiera llegado el 31. Venció un club que estaba con cuenta de protección -abatido por Caribes- y agotado por una doble tanda. Pero -valga reconocerlo- sus veteranos se inflaron. Los Torrealba, González, Guzmán, Pérez se crecieron. Y el “pollito” Rodríguez –igual que en el 2010 en Maracaibo- fue un gallo de cría. Como para no olvidarlo.
LA culpa no la tiene el formato, a fin de cuentas igual para todos. Es frustrante ganar 33 -solo tres menos que el máximo triunfador, Magallanes- y quedar fuera, pero el sistema implementado así lo posibilitaba. Si se lograba el pase a enero nadie habría hablado del polémico e impopular trazado de dos vueltas como la causa de la debacle. Llegar a los juegos extras indica que en el camino no se enderezaron las cargas. Se pierde antes. Tantas eliminaciones no son algo fortuito. Revelan que hay causales de fondo. Un club que año tras año tiene el agua al cuello desde octubre hasta diciembre necesita de hacer una revisión de sus líneas, un análisis profundo… FALTÓ consistencia en la segunda vuelta. Los artilleros molieron a palos en la ronda inicial y se apagaron en la siguiente. Había dos buenos abridores -de los mejores en la liga- con Raúl Rivero -probablemente el Pitcher del Año- y Néstor Molina. Luego estaba un sortario Michael Lee (4-2, 5.56) y más allá César Jiménez y Edwin Escobar, quienes remataron la temporada sin ganar un solo juego. Yoanner Negrín (3-5, 5.30) tuvo muchos altibajos. Surgió un guapo Osmer Morales (4-3, 2.57), a quien le entregaron el uniforme de abridor más tarde de lo indicado. Los otros son promesas incumplidas. La nueva generación en el pitcheo no se deja ver con propiedad. Los tiradores relevistas no tuvieron la consistencia deseada. El laborioso Thiago Da Silva (6-0, 2.54) hizo mucha falta cuando se lastimó. Buenos cerradores, sí. James Hoyt preservó nueve triunfos y Peter Tago cuatro. Solo que este arrugó en la hora de la verdad.
LARA sabe que necesita un catcher de fuste. Probablemente tenga que entregar en el mercado una buena pieza para traer un careta de planta. El manejo del pitcheo -algo que no se aprecia directamente- es fundamental. Lo mejor de la temporada fue la llave Juniel Querecuto-Ildemaro Vargas. Ambos entusiasmaron por su juego intenso, desinhibido, sin miedos. Batearon mucho y todo el tiempo. Vargas (.335, 20CE) fue un líder por delante de los veteranos. Pelotero que llegó vía cambio y resultó la sensación por su desparpajo, atrevimiento. El barquisimetano, por su parte, tronó para un parejo (.352)… DE los importados de posición, Rangel Ravelo (.354, 8HR, 38CE) impactó hasta el último día. Pero no es fácil asumir la campaña con un noveno bate extranjero. Rubí Silva empujó 25 pero encajó 53 ponches. A Carlos Guzmán (.188) lo aguantaron mucho. Entró por León Landry (.163), fracaso del tamaño del estadio. Chad Oberacker (.167) pasó sin pena ni gloria. Era mejor, por ejemplo, jugar con Elvis Escobar (278). Paulo Orlando hizo su trabajo de motivación, al campo, en las bases. No es un empujador (9) y no funciona, está visto, en los puestos de alta responsabilidad… QUEDA claro que, con las excepciones de rigor, no hubo buen ojo en la firma de refuerzos, detalle que debe cuidarse en lo sucesivo. Llegaron piezas que ni siquiera lanzaron (Sandoval) o casi nada (Abreu y Urlaub). Luis Valbuena quería jugar y así lo demostró en sus declaraciones. No sabemos que pasó en la puja con el alto mando, pero un bate como el suyo no puede descartarse y siempre hace falta, sobre todo para remolcar tantas carreras que se quedaron embasadas en los lances culminantes.
LUIS Dorante parpadeó en los supremos instantes. Dejó que desear en lo más difícil de hacer para un mánager, los cambios de pitchers. Como que le pegó la presión. Sin embargo, esa línea delgada entre clasificación y eliminación a veces no es justa con los pilotos. Su trabajo, en general, fue acertado, aunque al quedar fuera la tierra le caiga encima. Trabajó con una escuadra que poco promueve nuevos jugadores, pese a dominar frecuentemente la Paralela. Es una repetición anual, recurrente. Si el falconiano ganó 33 no puede cargársele la mano. La suma de sus actuaciones es positiva. Le faltaron lanzadores, mejores importados y un toletero como Valbuena para la hora de la verdad. Cardenales fue cuarto en una instancia y quinto en la otra. Pero, irónicamente, terminó sexto. Más aún. Culminó tercero en ataque, segundo en pitcheo y líder en fildeo, pero quedó fuera del banquete. Cosas que solo les pasan a los pájaros rojos… ESTE club reiteradamente sufre y no entra. Encanta pero no define. Gusta pero no concreta. Las carencias se repiten y los resultados también. Si nos apuran diremos que el fracaso de la llave Jiménez-Escobar fue determinante. Faltan brazos criollos que sean estables e importados de más calibre, sujetos a ser cambiados rápidamente. Se necesitan decisiones de prisa… EL noble público que incluso aumentó su ingreso al “Antonio Herrera” -en tiempos tan difíciles- merece mejor suerte. De aquella generación ganadora de los noventa hay que tomar con pinzas la entrega, el ardor, la vitalidad y los nervios de acero. Que los hombres sucedan a los muchachos para volver a jugar en enero. Esas vacaciones para nada nos gustan.