En nuestra golpeada República Bolivariana de Venezuela se dan factores que la convierten en una nación peligrosa para vivir. Nos hallamos en una encrucijada difícil.
En contrapartida, existen venezolanos atentos al contexto en que vivimos, que comprenden que el país se nos va de las manos y surgen voluntariamente valientes, como Segundo Pacheco, un héroe anónimo de la sociedad crepuscular, quien a través de los años ha fomentado el físico culturismo en la región.
Héroe anónimo es alguien capaz de superar las dificultades de su vida y dejar una huella que sirva de influencia positiva para los demás.
Lo conocí en un rincón de la calle 33 con Avenida Venezuela allá por los años 70, donde con mucho esfuerzo montó un gimnasio llamado Olimpia, con hierros, o pesas rústicas que le metían al brazo de un cristiano medidas de hasta 44 centímetros de bicep, un músculo de la región anterior del brazo, donde cubre a los músculos coracobraquial y braquial anterior.
Su amor por este deporte llegó en muy poco tiempo a concentrar buen número de personas de distintas edades, especialmente jóvenes quienes querían exhibir en las playas su musculatura, producto de un esfuerzo sin parangón.
Siempre me dijo que más que una forma para subsistir era una satisfacción personal por crear mentes y cuerpos sanos, previniendo a la juventud de caminos engañosos que estropeen el resto de sus vidas, y se realicen integralmente como personas.
Me consta que sus comienzos fueron duros. Batir mezcla a mano limpia para reparar huecos que se formaban en un piso silvestre que servía de apoyo a las bancas para los abdominales o press de pecho, un clásico en cualquier rutina a la hora de trabajar los músculos pectorales, privándose de muchas necesidades para adquirir los materiales necesarios que mantuvieran impecable su modesto recinto deportivo.
Nunca el menos pudiente dejó de entrenar porque no tenía a mano la mensualidad, menos de escuchar, además de sus teorías adquiridas en distintos libros, como en la recordada revista norteamericana Musle Power, consejos de orientación sobre una sana vida alimentaria.
El esfuerzo premió a Segundo Pacheco. Lentamente y a través de los años fue lejos. Montó una fábrica de aparatos sofisticados para este deporte, y hoy es propietario de uno de los más lujosos y confortables gimnasios en el este de la ciudad con modernos y selectos equipos.
La municipalidad debe rescatar los valores de estos venezolanos como gesto de tradición. Una historia donde el amor por el otro se impone como cúmulo de pequeñas acciones que lo hacen especial.
Ante la debacle moral que nos aqueja como nación por la ausencia de empatía, surgen titanes incógnitos, como este hombre de la geografía larense. La sabiduría popular del refranero lo dice bien claro: “Ni el bien hace ruido, ni el ruido hace el bien”.
Desde este espacio, quiero rendir homenaje al amigo especial, que con su vida y testimonio nos demuestra que el mundo puede ser mejor.