Escasos días antes de las elecciones parlamentarias del seis de diciembre, todas las encuestas (incluso las pagadas por Miraflores revelaron sus números en privado) hablaban de un desplome catastrófico en la imagen del Gobierno. Cerca del 80% de los consultados consideraba “mala” la gestión de Nicolás Maduro. Y, en promedio, un 85% de los venezolanos se confesaba movido por el deseo de cambio.
De manera que no cabía el más mínimo asombro respecto a lo que pasaría el 6D. Un electorado curtido en la lucha no mordió las argucias oficiales encaminadas a desalentarlo con un burdo arsenal de trucos, los cuales incluían la bellaquería de vaciar de credibilidad al árbitro y hacer que flotara en el ambiente la sensación de que ya todo estaba arreglado de antemano. Avisado, curado de espantos, vapuleado por una crisis de la cual nadie escapa, en el pueblo llano había prendido la conciencia, la noción, cierta y sabia, de que sólo era posible vencer y torcer el abuso y los vicios que manan desde el poder, no con abstención sino, todo lo contrario, protagonizando una avalancha de tal proporción que resultara imposible detenerla, ni desconocerla. Y así fue.
En los días que han corrido desde la justa comicial, casi un mes, la conducta exhibida tanto por el presidente de la República, Nicolás Maduro, como por el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, no ha podido ser más deplorable, patética, antidemocrática, indigna en una palabra. Ninguna de las principales figuras que se mueven, y disputan territorios, en los anochecidos tremedales de un régimen bicéfalo, desvariante, ha estado a la altura de sus gobernados, de la historia que les ha tocado borronear.
El acto de llamar a desconocer a la nueva Asamblea Nacional que el país se dio en proceso electoral tan disparejo, y tortuoso, hasta ele- var a los vencedores al pedestal reservado a los héroes, rememora desgraciadas páginas de la historia, que se creían sepultadas. Hace recordar el asalto al Congreso instigado por José Tadeo Monagas, otro enero del año 1848, suceso bautizado como el “monagazo” en alusión a quien hiciera célebre una triste frase, la cual, por lo visto, no llega a caer en definitivo desuso: “La Constitución sirve para todo”. También evoca al “tejerazo”, la brutal toma del Palacio de las Cortes, en Madrid, en febrero de 1981, ejecutada por el teniente coronel Antonio Tejero, con el propósito de crear un vacío de poder en el acto de votación para la investidura del Presidente del Gobierno.
Poner a la Sala Electoral del TSJ a “desproclamar” diputados, pese a que los magistrados de esa Sala habían sido recusados por la Mesa de la Unidad Democrática, tras evidentes y fundadas muestras de estar rabiatados al Gobierno; el intento de suspender, en aberración jurídica, el curso de un procedimiento electoral ya cumplido, es otro vulgar e intolerable descaro que disminuye aún más a los embotados cerebros de este asalto por mampuesto al parlamento, de este “maduro-cabellazo” a la soberanía popular.
El pueblo decidió. El oficialismo se comprometió a acatar un resultado que ya sabía adverso. El “sistema electoral más perfecto del mundo”, el “más auditado”, el “más transparente”, al punto de que no admite la observación internacional plena, evacuó tras larga y vejatoria espera su veredicto “irreversible”. Lo que resta es honrarlo, materializarlo, y de eso se encargará este martes, cinco de enero, puntual y resueltamente, el país democrático.
Ni una sola pizca de la voluntad del pueblo expresada en las mesas de votación, debe ser cedida. El país está harto de atropellos y del desconocimiento a una Constitución hecha a la medida, cuando la talla de adhesión al poder era otra. Los 112 diputados de la oposición deben ser juramentados y tomar posesión de sus curules, de inmediato.
¿No habíamos quedado en que la voz del pueblo es la voz de Dios? Y, ¿fuera de la Constitución nada? Mañana está llamado a ser un gran día, por marcar el promisorio inicio de una nueva era. “¡Ayyy mañana…!”, pareciera resonar la voz del desaparecido narrador de fútbol Lázaro “Papaíto” Candal. Con la diferencia de que el partido de este martes no puede ser definido a patadas.