#Editorial: 112 años

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Este 1° de enero EL IMPULSO arribó a su aniversario número 112. Es la fecha en que nuestra memoria se retrotrae a la fundación, en Carora, en una casona donde se cruzan las calles Lara y Comercio, a un costado del Convento de Santa Lucía, cerca del Balcón de los Álvarez y de la plaza donde fueron ejecutados, sin fórmula de juicio, los hermanos Hernández Pavón, temidos contrabandistas y asesinos de un soldado, suceso que dio origen a la leyenda según la cual el Diablo se había soltado de sus amarras en aquella pacífica ciudad.

El cumpleaños es asimismo ocasión propicia para la reflexión, proyectada hacia el futuro que nos aguarda, y, sobre todo, el que, sin pausa pero tampoco sin prisas desbocadas, estamos en el deber de moldear, como sociedad.

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Ciertamente este año que se ha ido estuvo cargado de excesos políticos, desajustes sociales y, presidiendo un cuadro plagado de incertidumbre, una desoladora perspectiva económica.

2015 nos estremeció, en todos los sentidos. Nos puso a prueba como país. Buena parte del tiempo la mirada estuvo tendida hacia la frontera con Colombia, por causa de los Estados de Excepción, con su corolario de familias desplazadas, atropelladas y lanzadas al desamparo, en nombre de un supuesto combate al contrabando de extracción, delito que sigue latente, igual de lucrativo, y, peor aún, al amparo de las mismas mafias dotadas de uniforme.

La inflación, en índices que el BCV decidió escamotear pero diariamente la realidad de los abastos grita a todo pulmón, terminó de pulverizar el salario. El bachaqueo informalizó aún más el trabajo, vaciándolo de seguridad social. La escasez de productos básicos no pudo ser aliviada por la febril recurrencia importadora del Gobierno y su secuela de más atraso y más dependencia.

Las libertades públicas e individuales no dejaron de sufrir severos coletazos. Las universidades cerraron sus puertas. Hospitales y clínicas se muestran desguarnecidos, por igual. Más medios de comunicación social fueron acallados. La persecución de ideas es bandera que el régimen ondea, jubiloso. Y los signos de una violencia que mantiene ensangrentadas las calles, no dejó de exhibir presencia activa en la palabra oficial, empecinada en clausurar toda posibilidad de entendimiento, de búsqueda de una salida institucional a la crisis.

Así desembocamos en las elecciones parlamentarias del seis de diciembre. La novedad de los 112 diputados (112, como los años que celebra EL IMPULSO, cuan grata casualidad) logrados por la Mesa de la Unidad Democrática, merecieron un fugaz reconocimiento por parte de un Gobierno que, asumiéndose eterno, superior a las leyes, a las instituciones fundamentales y a la nación entera, en lugar de sentirse convocado a la rectificación, al rato de reconocer de mala gana el resultado, reaccionó ofendido, encolerizado. En su salvaje interpretación de los asuntos de la democracia, perder una elección es un agravio que no figura en su inmutable agenda. Desde la óptica del poder, el pueblo, antes sabio, se equivocó. El soberano de repente había dejado de serlo, por desleal.

Castigar a los pobres que hasta ayer ensalzaba en sus vacíos discursos, al cortarles por despiadada retaliación los beneficios de los planes sociales, y apelar a artificios para alterar el “irreversible” veredicto del “sistema electoral más perfecto del mundo”, pasando por la turbia designación de los magistrados del TSJ, colocan al parlamento en una olla de presión que pudiera degenerar, este año, en un castrante conflicto de poderes de consecuencias difíciles de prever.

2016 podría ser, por tanto, un año de grandes definiciones, al calor de una vocación de cambio que apenas asoma los primeros atisbos de su fuerza regeneradora. Gobierno y oposición están obligados a actuar a la altura de las circunstancias, de la historia que está por ser escrita. Nada ni nadie deberá empañar ese proceso inaplazable de enmienda.

EL IMPULSO se dispone a presenciar y registrar esos acontecimientos con mirada serena y escrupulosa. Desde estas páginas permaneceremos comprometidos con toda causa identificada con la paz, con el progreso y el brillo de las libertades.

Estas ideas de bien hacen el contorno de nuestro firme y sincero deseo, en el sentido de que para esta escarnecida patria, así como para el atribulado mundo en que vivimos, 2016 ha de ser un paréntesis en la arbitrariedad, en la guerra y en el dolor que a tantos afligen.

¡Feliz año!

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