Ayer fue la conmemoración de Santo Tomás Becket, obispo y mártir inglés, hombre del siglo XII. El rey Enrique II lo nombró canciller del reino y se convirtió no sólo en un fiel servidor del rey, sino también en un excelente compañero para la caza y las diversiones del monarca. Cuando murió el arzobispo de Canterbury, Enrique II lo impuso como el sucesor, lo que indignó al capítulo de la catedral.
Justamente el rey quería eliminar los privilegios adquiridos por el clero inglés porque consideraban que disminuían su autoridad y su amigo Becket le pareció la persona ideal para lograrlo. Sin embargo, quedó defraudado. Una vez que Tomás Becket fue consagrado se transformó, de cortesano amante de los placeres, pasó a ser un obispo austero, se vistió de monje y se dispuso a defender la causa de la jerarquía eclesiástica. Estos mismos principios los defendía el papa Alejandro III y el obispo Becket se puso de su lado frente al cisma que dividía a la Iglesia. Así se convirtió en enemigo de Enrique II y éste lo mandó a asesinar. Cuatro caballeros del rey lo mataron dentro de la Catedral de Canterbury el 29 de diciembre de 1170. Tenía 52 años.
No todas las personas logran crecer hasta la altura de su cargo. Unas más bien descienden, como Poncio Pilato, por cobardía e indecisión. La postura de Pilato, por desgracia, es la más común. En los últimos años lo hemos visto con demasiada frecuencia en nuestro país: jueces que condenan a inocentes, árbitros que recurren al fraude para favorecer al oficialismo, atropellos de las fuerzas de seguridad contra ciudadanos pacíficos e inermes. Toda una gama de injusticia, arbitrariedad y maldad demoníaca.
Poncio Pilato hasta resulta un pobre inocente.
Por supuesto, es muy difícil ejercer una función para la cual no se está preparado y ese parece ser el modus operandi de quienes han ejercido el poder en nuestro país en los últimos años. Se han escogido los funcionarios públicos siguiendo una anti-meritocracia, es decir, a los peores
e incluso a aquellos con una previa actuación de delincuentes. Busquemos dónde están colocados los asesinos del Puente Llaguno que hasta fueron condecorados. Aquí se ha glorificado el mal y se ha denigrado el bien. Esto
es lo que aspiramos a cambiar. Lo ha dejado claro nuestro pueblo en las elecciones legislativas del 6 de diciembre de 2015.
Justamente, ante los resultados de éstas, quien hubiera podido estar a la altura de su cargo respetando, no sólo éstos, sino a las personas que los lograron y a quienes los aplaudieron, dentro y fuera del país, ha reaccionado como un patán, incapaz de remontar su pobre y triste condición moral. Ha acudido al insulto, a llamar “basura” a quienes ostentan una autoridad legítima –no espuria como la de él- que ejercen con propiedad y elegancia, actitudes que este pobre diablo ignorante es incapaz de alcanzar.
Confiemos en Dios. Vamos a salir de la verdadera basura. Confiemos en que los vengan a tomar el testigo de la autoridad civil y militar estén siempre, en los momentos críticos que no faltarán, a la altura de su cargo.