Si hay alguna tradición que los venezolanos veneramos y respetamos son las navidades y el fin de año, a tal extremo que la familia planifica el calendario para disfrutar no sólo con los familiares y el núcleo hogareño, igualmente con los amigos y los compañeros de trabajo. La euforia es tal que los trabajadores esperan con ansiedad la fiesta de fin de año de la respectiva empresa e instituciones publicas donde laboran, e igualmente comparan entre sí la calidad del encuentro que concedieron sus jefes.
Es tan seria la jerga navideña que en las leyes laborales y contratos colectivos se contempla la bonificación de fin de año, siendo característico el valor agregado de nuestra cultura e idiosincrasia, donde la comunicación llana, espontánea e irreverente supera distinciones y abolengos, de allí que ud. no se imagine a un estirado gerente europeo echando un pie con la de mantenimiento de la fábrica.
Pues bien por el lado que jamás nos imaginábamos sucedería en estos lares tropicales, se comienza a trastocar lo que otrora fue la grata época de encuentros y disfrute de los venezolanos, donde pensábamos que éramos inmunes a terremotos y avatares; toca y duro a nuestras puertas el terrible trance que vivimos en un país petrolero, que está a la cola de todos los ranking mundiales de bienestar, productividad y libertades.
Y es que el brutal impacto de la crisis económica acelerada por las disparatadas políticas gubernamentales amenaza con la desaparición definitiva de nuestras más queridas costumbres gregarias, al solo estar pendientes de la escasez y el desabastecimiento, los altos precios y de la discapacidad de nuestro inflado salario nominal de nulo poder adquisitivo.
El año pasado comenzó con la desaparición del “amigo secreto”, costumbre ancestral de entes públicos y privados donde el chalequeo y la amistad privaba a la hora del obsequio, ante el terror de los precios de un caramelo o un bombón donde éstos puedan alcanzar un porcentaje vital del salario; luego los intercambios de regalos forman parte de nuestra prehistoria por el tobogán acumulado de tres décadas de caída consecutiva del poder adquisitivo.
Pues bien ya no se trata del trabajo, ni de amigos o familiares, ahora le tocó el turno al propio hogar, a nuestros hijos, nietos, quienes por re o por fa esperan la llegada del trineo o la aparición fugaz del esperado niño Jesús; hoy los cabeza de familia más humilde se las ingenian para superar el momento navideño, sufren al presenciar como éste se aleja del alcance material de un salario y de un ingreso sometido a una cruda decisión impuesta por la insensatez gobernante.
La imaginería infantil no come cuento ante una dura realidad: juguetes, estrenos, hallacas serán platos de segunda mesa ante una prioridad manifiesta, como lo es lograr los productos necesarios para la subsistencia y así mantener la condición humana como reto fundamental a superar, antes que constatar que los santos navideños se fueron a otra galaxia.
Froilan Barrios Nieves