Culminada la Cumbre sobre el Clima (COP21) celebrada recientemente en París, las primeras reacciones sobre el Acuerdo logrado por los 195 países participantes parecieran presagiar el advenimiento de una nueva Era, donde el compromiso de recuperar y preservar la salud ambiental del planeta ocupa la primera prioridad. En este sentido se logró, al menos en teoría, y luego de dos décadas de negociaciones, un acuerdo global de largo plazo para enfrentar el calentamiento generado por la emisión de gases de efecto invernadero producto de la actividad humana.
El Acuerdo de París establece líneas de acción claras y concretas para detener el alza de la temperatura global por debajo de los niveles de la Era preindustrial. Ello supone mantener la temperatura por debajo de los 2° C, e incluso, hacia el año 2070, llevarlos a niveles que no excedan los 1,5° C, lo que supondría un ambicioso cambio de paradigma en cuanto al uso de la energía que sustenta el modelo de desarrollo industrial y el uso de los recursos terrenales. Según el Grupo de expertos intergubernamentales sobre la evolución del clima (GIEC) hay que disminuir las emisiones contaminantes entre un 40 y un 70% de aquí al año 2050, para evitar un incontrolable desastre climático.
Los países industrializados y los emergentes (China, EEUU, India, Japón, Europa, entre otros) que son también los mayores contaminantes, acordaron instrumentar acciones individuales que se encaminen hacia el logro de los objetivos señalados. Así mismo se crea un fondo de financiamiento de 100.000 millones de dólares hasta 2020, para los países en desarrollo que necesitan los combustibles fósiles como sustentadores del crecimiento económico, de manera que puedan ir financiando su transición energética.
Aunque el Acuerdo prevé un monitoreo permanente sobre el cumplimiento de las metas establecidas, no se logró sin embargo establecer un mecanismo sancionatorio para aquellas naciones que incumplan los objetivos planteados, restándole el carácter jurídicamente vinculante que este tipo de tratados requiere. El Acuerdo precisa de la ratificación de por lo menos 55 países, que emitan en conjunto al menos 55% de los efectos contaminantes. Los compromisos y los intereses nacionales, así como la voluntad política, dirán la última palabra.
Las energías fósiles en el centro del debate
Lejos de los cuestionamientos morales, de la retórica y de los propósitos de buena voluntad emitidos, en el centro de debate hay que ubicar al sector energético, y especialmente al subsector de energías fósiles (petróleo, carbón, gas natural), puesto que su uso no ha cesado de crecer desde comienzos de la era industrial, desencadenando los principales efectos catastróficos sobre el ambiente.
Este tema ha sido ampliamente tratado y debatido, lo que ha llevado a propuestas que descansan sobre la necesidad de una transición energética que permita ir sustituyendo gradualmente el uso de las energías fósiles para privilegiar las energías renovables, mejorar la eficiencia energética, avanzando hacia una descarbonización de la economía mundial y de nuestro estilo de vida, priorizando de esta manera el desarrollo sustentable.
La Agencia Internacional de Energía (AIE) en sus proyecciones del 2014 (AIE-World Energy Outlook 2014) prevé un incremento de la demanda de energías primarias de un 42% entre 2012 y 2040. Se espera un mayor crecimiento de la demanda de energías renovables y del gas natural, mientras que el petróleo y el carbón deberán disminuir su participación en la matriz energética mundial. Sin embargo, los combustibles fósiles representarán el 74% de la demanda mundial de energía para 2040.
Venezuela y el petróleo
El fin de la Era de los combustibles fósiles parece estar comenzando. De acuerdo con el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF por sus siglas en inglés) en informe presentado durante la COP21, grandes firmas internacionales de inversión estarían desplazando fondos financieros desde la producción de energías fósiles hacia energías vinculantes con los objetivos climáticos propuestos.
El planteamiento de empresas, naciones, inversionistas e individualidades apunta en ese sentido. Se ha propuesto, (Bill Gates se ha señalado como uno de los proponentes) la creación de un fondo internacional de asistencia y lucha contra el calentamiento global, al margen de los compromisos financieros emanados de la resolución de la Cumbre.
Para países como Venezuela, altamente dependiente de la producción y comercialización de petróleo, esta realidad nos enfrenta con una impostergable revisión del modelo económico rentista y la puesta en marcha de un cambio de paradigmas, que supone un viraje hacia una economía diversificada, que se estructure sobre la realidad que impone una economía globalizada, las ventajas comparativas y competitivas del país, el cambio tecnológico, nuevos modelos de gestión y el uso eficiente de nuestras ingentes reservas de petróleo y gas. Las resoluciones de la Cumbre de Paris, pudieran constituirse en el mejor argumento que pudiéramos hoy esgrimir para el necesario golpe de timón, que nos devuelva a la ruta de progreso y bienestar.