Luego de las oraciones matutinas en la mezquita, Mamadou Aliou Ba se viste de Santa Claus con una panza acolchada sobre su cuerpo alto y flaco y sale a trabajar. Muy erguido, sonríe detrás de sus bigotes y barba blancos a las familias que pasan frente al supermercado en uno de los barrios pudientes de Dakar.
Ba, de 25 años, es uno de muchos Papá Noel en la capital senegalesa durante la temporada de fiestas. Es musulmán, pero celebra la Navidad, lo mismo que la mayoría de los senegaleses.
«Todos, cristianos y musulmanes, festejan la Navidad», dice, mientras ofrece caramelos que lleva en una bolsa. «Me gusta este trabajo», dice Ba, y añade que también le gusta el dinero extra.
El 94% de los 14 millones de habitantes de Senegal son musulmanes, pero la Navidad está en todas partes. Vendedores callejeros ofrecen guirnaldas, muñecos inflables de Santa Claus, árboles de Navidad y adornos. Enormes bastones de caramelo flanquean la senda hacia un centro comercial donde un trineo está posado bajo el calor tropical, y en un parque de diversiones una estatua gigante de Santa Claus recibe a los visitantes.
La importancia de la festividad navideña destaca Senegal como un lugar de tolerancia y diversidad en Africa occidental, donde muchos países están divididos por la religión y los grupos étnicos, y donde crece la amenaza del extremismo islámico.
Daouda Sow, un empresario musulmán de 45 años, dice que tiene un árbol de Navidad en su casa.
«Así es la cultura senegalesa», dijo. «Es muy abierta, distinta de la de nuestros vecinos como Guinea o Mali».