La ciudad casi no soporta que sus habitantes anden por las calles atiborradas de bondad. Todos miran con ojos de cordero, se abrazan, se besan, presagian cosas buenas a partir del nuevo año, y aún celebran el contundente triunfo de la oposición el pasado 6 de diciembre, en los mercados, en las colas, en las busetas, en el bar, en la esquina donde venden los arbolitos navideños.
La gente no camina por estas fechas de Navidad, que es el nacimiento de Jesús, más bien flota en el éter de la comprensión, aunque ya no compra ni compran como en épocas estelares de la Cuarta República, mientras la otra parte, es decir, los nuevos ricos rojos rojitos, beben whisky de 20 mil bolívares el litro, preparan apetitosas cenas para el 24 y 31, otros viajan a la tierra del Tío Sam, así sea un imperio, porque nada más propicio para festejar la llegada del Niño Dios, que hacer fiesta lo que nada les cuesta.
Aparecen en esta cultura de la Nochebuena las dos caras del disfrute y la infelicidad. El solitario, el desplazado, el melancólico, sienten en estas fiestas una agresión íntima impuesta por el entorno forzosamente festivo que les oprime y margina. Por ello en estas fechas, quienes tienen dolor, su angustia se multiplica.
Saldrán como siempre por el terminal de pasajeros centenares de habitantes a pesar de lo oneroso de los pasajes y la tradicional especulación de los conductores. Pocos llevarán paquetes como en otrora, cuando honraban la patria enriqueciendo a varios comerciantes, pero volverán a ayudar a mucho minorista marginal, puesto que se comerán gran cantidad de empanadas en el trayecto y justificarán el trabajo de los cuidadores de baños públicos al hacer cientos de aguas menores, por la medida chiquita.
A pesar de la crisis, el hombre nunca se olvida de su ternura infantil. Hasta la gente que más fastidia a lo largo en los semáforos de las avenidas, sueltan su sonrisa de miel navideña y presentan el cochinito para que dejes caer unas monedas amistosas, que poco valen ahora.
Las gaitas y las hallacas marcan la pauta en la época. La hallaca se consumía en toda la nación, pero este plato, que tiene su origen en la época colonial, estará ausente en gran número de hogares porque se elabora principalmente con harina de maíz que no se consigue, y carne de res, cerdo o gallina que están muy alejadas de los cristianos con sueldo mínimo, sin sumarle los aliños.
No está demostrado que la Navidad cambie la personalidad de la gente, lo que parece seguro es que no la mejora, aunque es lo único, además de la muerte, que nos une y nos hace iguales.
Es imposible olvidarse en estos días que la humanidad gira alrededor de una gran guirnalda gigante que es la tierra, cargada de oro, incienso y mirra.
Qué bella es esta época.
Como alienados seres humanos buenos, se puede hacer un esfuerzo apartando algo de los tres meses de gracia que otorgó este año Nicolás Maduro en aguinaldos a los pensionados, para comprar una hallaca de 500 bolívares, o un pan de jamón de 3 mil, y botar lo que nos sobra en el pote de la basura. Nunca se sabe, porque siempre queda un pobre rezagado buscando comida. No todos los pobres saben ponerse a tono con el jolgorio navideño.