Las cosas malas del Gobierno brillan cuando abrasan y destruyen.
Abrasan con su aparente eficacia y destruyen con su evidente torpeza.
Es un gobierno sin lustre porque no tiene ilustrados. Espeluznante en su retórica e inextenuante en su saqueo. Flagelante de las Leyes, verdugo de la justicia. Avaros insaciables del dólar y permitientes de desquicios. Primitivos capataces y flagrantes equinos con plata.
El Gobierno inculca estar en guerra contra el hambre pero encarcela los hambrientos. Nos maniata hasta dejarnos indefendidos e indefensos. Somos una desesperada comarca donde unos lo quieren dejar todo en manos de Dios o de los Dioses y otros se benefician de los ardides y artimañas que les siembra el demonio en su intelecto.
Somos una telaraña de brujas donde los militares no saben ser civiles ni los civiles tampoco. Somos una nación empobrecida donde un gobierno inmisericorde con el hambre y dilapidante en su avaricia, se apertrecha y se milicia, mientras el pueblo, sin clarines ni trompetas, se desgasta sus pertrechos sin objetivos y sin metas. Gobierno y Pueblo se distinguen si se comparan las riquezas. Gobierno y Pueblo se parecen porque ambos consumen lo que se encuentran.
Somos el espejismo final de un socialismo herido de muerte por sí mismo. Pero lo peor es que siendo la caricatura de un Pueblo al lado de la gaseosa contextura de este pésimo gobierno, todavía existan chavistas que se lo creen todo y venezolanos agobiados de flojera que no querían creer en las elecciones.