La respuesta a la interrogante planteada, parece fácil.
Particularmente creo que, en este momento, tiene serias dificultades, puesto que la decisión del pueblo da lugar a varias y precisas lecturas. Habrá quien piense que, a partir de enero, toda volverá a ser como en la época en que Venezuela se había encaminado por la ruta del desarrollo sustentable, después del 23 de enero de 1958.
Es obvio, que el apremio de las calamidades que hoy padecemos podría conducirnos a una equivocada conclusión, cuya viabilidad resulta lejos todavía. Es ahora cuando más necesitamos pisar en firme, porque nuestro país, ya nadie lo duda, ha bajado unos cuantos peldaños hacia el precipicio. Para traerlo de nuevo a la superficie, se requiere que todos, perfectamente sincronizados y unidos, metamos el hombro para empezar a detener la caída, primero que nada.
Ahora el liderazgo de la nación, de todos los sectores y de las diferentes fuerzas políticas, corre el riesgo de detonar el barril de pólvora, sobre el que estamos montados, si se empeñan en hacer más de lo mismo. El pueblo está harto de la confrontación, del odio, de la perversidad y de los desencuentros. Esta realidad está escrita en letras mayúsculas y, como tal, hay que leerla. De modo que la primera tarea es reconciliar al país, devolverles su autonomía a las instituciones, así como su independencia a los poderes públicos, y restituir el hilo constitucional según la estricta normativa de la Carta Magna. Por supuesto, son otras más las urgencias, pero he señalado las más indispensables.
Sin ese piso orgánico, es inútil emprender nada que pueda resultar pertinente, frente a la crisis ética, moral, económica, política y social que ha desmoronado a la patria. Urge un propósito de rectificación colectiva, en el que esté comprometido el músculo y la inteligencia de toda la sociedad, sin la exclusión de personas ni organizaciones, y con la conciencia bien clara de lo que corresponde a cada quien. Hoy, más que nunca, debemos recordar a íconos de la unidad, como a Martin Luther King. Especialmente en su arenga inmortal: “O vivimos todos juntos como hermanos, o perecemos todos juntos como idiotas”.