Como no pocos vaticinaban, el mundo no se acabó el 6-D. ¿O sí? Quizá para algunos. La ingeniería electoral que el chavismo diseñó con la impunidad del caso en el pasado y así minimizar el peso electoral opositor y ampliar el propio, hoy cual boomerang se le devuelve y asesta la mayor derrota con una contundencia clara e indiscutible.
La deriva autoritaria, nepótica, corrupta y militar del gobierno de Maduro, como bien lo ha caracterizado la historiadora Margarita López Maya, esboza una desesperada radicalización, una diarrea verbal de amenazas que revelan un franco infantilismo, un primitivismo político e ignorancia desbordada, como respuestas nada coherentes ante la mayoría calificada alcanzada por la oposición en la Asamblea Nacional.
La autocrítica, la humildad, el reconocimiento de su propio fracaso económico, la disposición a un acercamiento con sectores productivos de un país en medio de su peor crisis económica, como rasgos deseables y lógicos a exhibir por parte del Ejecutivo luego de la paliza recibida el 6-D, lucen ausentes y lamentablemente improbables. En su lugar, la amenaza, invocación a respuestas violentas o llamados destemplados que desconocen el mensaje del electorado, desfilan en el ya maltrecho verbo presidencial. La negociación, el debate como rasgo básico de la Política y la democracia, no están en el ADN del chavismo, y eso lo han demostrado durante 16 años con creces.
La oposición por su parte, ha definido sus prioridades legislativas, mientras espera el 5 de Enero del 2016 para instalarse formalmente, y observa con cautela la forma en la cual la mayoría oficialista derrotada y saliente, intenta “raspar la olla” y evitar lo inevitable. Entre los desafíos de la oposición, destaca uno: mantener la unidad en el seno del poder legislativo, superado el momento electoral, y ampliar los efectos de su triunfo en el resto de los actores sociales y económicos que demandan un cambio profundo en la manera de conducir el país.
¿Qué va a pasar a partir del 5 de Enero? Veremos un forcejeo político, institucional y constitucional entre un gobierno cuyos máximos representantes se niegan a aceptar su derrota y ocaso político, y una oposición que debe no sólo rescatar la función de control al Ejecutivo sino además legislar en atención al reclamo del país y sus problemas. Todo esto, en un contexto económico peor al de este 2015 casi fenecido.
El ritmo de ese forcejeo, la intensidad de esa relación Presidente-Asamblea Nacional las primeras semanas del año que viene, y el clima del país, azotado por la inseguridad, la inflación y la escasez, definirán sin duda los mecanismos, velocidades y herramientas que viabilicen una cohabitación compleja pero viable, o un conflicto creciente que desencadene salidas constitucionales más directas.
Mientras tanto, el Presidente flota en una nebulosa de delirio ideológico, en una galaxia remota, de glorias pasadas y ajenas, de promesas eternas e incumplidas, en un agujero negro de acusaciones y culpables que mutan cada día. El radio de la sensatez no funciona. Sus oídos son puertas blindadas de temor a perder el poder ya escurridizo. No escucha una voz tenue, que le llama: “Tierra a Nicolás…Tierra a Nicolás… Planeta Tierra a Nicolás… responda por favor… cambio… ¿y fuera?”
@alexeiguerra