Concluidos los comicios del 6D, el gobierno venezolano y algunos dirigentes del PSUV derrotados -Nicolás Maduro, Diosdado Cabello, Jorge Rodríguez, entre otros causahabientes del chavismo- ocupan su tiempo en justificarse. No superan el luto. Muy a la venezolana buscan culpables en el imaginario. Reinciden en su error: que si la guerra económica, que si la compra de votos por los “escuálidos”, que si la conspiración imperial, y párese de contar.
No se miran a sí, mientras las bases del chavismo los acusan con el dedo y se les rebelan con estridencia.
Por falta de talante democrático o acaso presionado por los suyos, al presidente Maduro le dura poco el gestogallardo. Ese que lo enaltece y hace buena la promesa -a los ex presidentes Pastrana, Chinchilla, La Calle, Rodríguez, Quiroga y Moscoso, integrantes de la misión de Idea Democrática de España y las Américas (IDEA)- de reconocer los resultados si le eran adversos: “Prefiero una derrota a comprometer la paz de Venezuela”, son sus palabras.
Dados con pasmoso retardo -con el mejor sistema electrónico del mundo- la señora Tibisay Lucena, cabeza del CNE, admite que la oposición democrática logra 112 escaños, la mayoría calificada dentro de la nueva Asamblea Nacional. Pero Maduro y quienes lo presionan puertas adentro saca el hacha de la guerra. Amenaza a sus seguidores por fallarle. Mantiene en pie la polarización: revolucionarios vs. contra-revolucionarios, a quienes Cabello atribuye por ahora “la victoria del mal”. Son incorregibles.
Por reduccionistas no hablan más de esa mayoría opositora capaz de incidir en los elementos orgánicos de la constitucionalidad e intentan diluirla con ayuda de sus medios públicos y privados; como sugiriendo que el chavismo es aún la primera minoría y puede morder, a fin de obstaculizar las decisiones del naciente parlamento, en los votos de los diputados electos que no hacen parte de los grupos dominantes de la variopinta -y de suyo plural por democrática- oposición.
Se trata de una sutil ofensa a la dignidad de esos diputados, en número de 22. Y olvidan que nadie se sube a un barco que se hunde y, sobre todo, que fue contra la corrupción rampante del régimen y sus devastadores efectos sociales y económicos que vota unida la Venezuela decente.
La otra cuestión es la de los resultados numéricos de la votación; destacándose desde el oficialismo, por vía de una simplificación acrítica, que al final los números son de 7,8 millones de votos para la Unidad y 5,4 millones para el PSUV. Insisten en mostrar a un país partido en dos mitades, cuando lo cierto es, sin incurrir en iguales simplificaciones, que la oposición al alcanza dicha cifra a pesar de… es decir, a pesar de la adversa realidad que diagnostica el Secretario General de la OEA, Luis Almagro, en su informe de 18 páginas dirigido al CNE venezolano: “… existen razones para creer que las condiciones en las que el pueblo va a ir a votar el 6 de diciembre no están en estos momentos garantizadas al nivel de transparencia y justicia electoral…” Pero incluso así, ocurre un inesperado tsunami electoral.
Las elecciones parlamentarias -así lo indican todos los estudios de opinión y evaluación de escenarios antes del 6D, confirmados por la realidad- mudan en un plebiscito sobre el gobierno de Maduro-Cabello. En lo particular le significa a éste un castigo por su falta de decisiones o por las decisiones erradas de corte ideológico marxista o clientelar, que meten al país en el túnel de una demencial carestía de lo elemental -alimentos y medicinas hoy racionados- y una inflación desbordada -la más alta del planeta- a la que se suma la afirmación de la mayor violencia criminal dentro mundo occidental: 27.000 homicidios en 2015. Todo ello, en el marco de una estructura de seguridad, como cabe anotarlo, coludida con el narcotráfico.
El país, de conjunto, chavistas y antichavistas, votan, en fin y sin distingos, por un cambio de rumbo. No lo hacen por un partido, ni por uno u otro candidato a diputado que en suma no conocen o los desconocen hasta el día de la elección ocurrida. Reclaman de sus dirigentes, en pleno y a través de un mandato claro, forzando el restablecimiento de equilibrios en el poder, atender con urgencia la emergencia: la crisis humanitaria. Y, progresivamente, que avancen por los caminos de la democratización, del diálogo democrático y responsable entre los principales actores, a fin de que los venezolanos salgan del marasmo.
Eso debe entenderlo Maduro, como Jefe del Estado, para sobrevivir. Y eso, como lo aprecio, lo entienden los líderes de la oposición, quienes asumen el gobierno del órgano representativo de la soberanía, popular poniendo a prueba su madurez y unidad.