El domingo 6 de diciembre pasará a la historia como el día en que Venezuela dio el paso más largo, en casi dos décadas, para restaurar la vida en democracia y libertad. Sin estridencias desde el sábado se sentía el ánimo contenido por la población concretado al día siguiente en una jornada electoral sin precedentes. Fueron superadas las expectativas más optimistas y enterradas definitivamente las pesimistas que nunca faltan.
Lo cierto es que la esperanza esta redoblada. La alegría es contagiosa. La nación entera recupera el optimismo con relación al porvenir mediato e inmediato. El trabajo que se avecina es enorme, pero hay con qué cumplir con las tareas con tanta y mayor fortaleza que la que se acaba de demostrar.
El triunfo aunque arrollador, no fue fácil. Hemos sido víctimas de un fraude general, un golpe de estado de ejecución progresiva, que debería haber desembocado en otro “triunfo” del oficialismo. Pero el desgate natural, más elevadísimas cuotas de ineficacia y corrupción reflejadas en escándalos inocultables, dejó al régimen desnudo ante un país harto, fatigado y dispuesto a poner las cosas en su sitio. La tarea empezó a concretarse con la elección de la nueva Asamblea Nacional. Aunque sin una guerra declarada no ha existido hasta ahora la tranquilidad necesaria para que el ciudadano común pueda vivir normalmente. Ha sido dicho que cada tiempo crea sus monstruos, pero también los instrumentos apropiados para derrotarlos. Esta gran derrota recibida y reconocida por el oficialismo, nos alegra y también nos preocupa en grado superlativo. Normalmente los vencedores también tienen muchas incertidumbres
Eso que llaman el alto gobierno cívico-militar, con la dupla Maduro-Cabello a la cabeza, tienen que comprender la inutilidad de sus pretensiones. No han sabido o no han querido verlo. Todos los días añadieron ofensas y desplantes contra quienes no han sido sus incondicionales sirvientes. Por ese camino agotaron la paciencia de la nación, incluidos quienes sin haber sido sus cómplices tampoco eran sus enemigos. Al igual que Chávez, también se enfermaron de tiranía. El abuso de poder no ha tenido límites. Lamentablemente hoy la dupla mencionada parece naufragar sedientos, delirando para justificarse hasta con su propia gente. No superarán esta crisis porque están enloquecidos. Han llegado a creerse el disfraz de cada día. No saben si son ellos o sus ropajes.
La tarea de la nueva Asamblea es enorme. El país está a la orden para cumplir con lo que a cada sector le corresponda.