Los venezolanos nos negamos a perder la inocencia a la que nos obligan las circunstancias. La farándula, con un poco de humor y otro tanto de espectáculo, llena los espacios comunicacionales, cargados de inmediatismo, con muchas palabras y tal vez poco diálogo profundo. En los espacios naturales para el intercambio de ideas la autocensura disfrazada de cortesía, y otro tanto de inseguridad intelectual, permiten que unas tras otras desfilen las voces que poco tienen que decir ante un contexto que escapa a toda racionalidad y lógica de modernidad. Las ideas se agotaron y giran en el mismo carrusel de lo que ya se ha dicho, manteniéndonos encarcelados en la misma historia desde hace mas de 200 años.
Decía Lovecraft que “vivimos en una plácida isla de ignorancia”, con la dicha de no poder correlacionar todos los elementos que tienen lugar en el mundo; algo de Teoría del Caos, una manera elegante de reconocer nuestra incapacidad de predecir las complejidades del mundo. Cobijarse en esta ignorancia es al final de cuentas una manera de conservar la cordura, y para ello el encomendarse a la providencia y evadirse en el “bochinche” son dos antídotos, ambos arraigados en la cultura venezolana tanto como la creencia de ser un país rico.
Con lo anterior viene la banalización, que en un ambiente de supervivencia, convierte en cinismo lo que alguna vez fue humor. Avanzamos para llegar al mismo lugar, solo haciendo equilibrio sobre la tenue frontera que separa los buenos deseos de reconciliación de la dura realidad de la confrontación. Se habla de centenares de muertes, narcotráfico, intereses trasnacionales, corrupción en todos los niveles, enfrentamientos entre grupos delictivos y fuerzas públicas, luchas por el poder, mientras un par de líneas más abajo se apela a la reconciliación de todos los venezolanos, como hermanos que se abrazan bajo un manto de Paz. Sin duda esta última es una imagen a la que vale la pena aspirar, pero la interrogante es que tan honesta es.
Venezuela necesita una ruta racional, realista, en la que la aspiración sea una sociedad funcional, en la que cada persona pueda aspirar a un mínimo de tranquilidad, y tenga posibilidades de elegir su felicidad. Si habrá Paz, pero en otros momentos sin duda habrá conflicto, ¿y es que acaso no es eso parte de la propia naturaleza humana? De hecho, ¿no es para buscar acuerdos en las diferencias el fin último de la Democracia? Claro que este es un dibujo del futuro menos luminoso, por lo tanto más difícil de aceptar, además que requiere un gran esfuerzo personal en lo racional y lo emocional, por ello es más fácil seguir sorteando los tiempos difíciles con algo de humor, otro tanto de confianza en la providencia, al final de cuentas “como vaya viniendo vamos viendo”.
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