Ha podido ocurrir en cualquier otro sitio del país, pero lo vivimos en Barquisimeto. Verídico. De oídas, lo asocia uno con un personaje cualquiera. De una novela, de un cuento o de alguna de esas películas basadas en hechos de la vida real.
La vida cotidiana se encarga de alimentar las inquietudes y preocupaciones que el diálogo de saberes en cualquier ámbito de sociabilidad procura alguna moraleja o lección a tomar como para curarse en salud, según lo recomienda el refranero popular.
El fulano chiller no es uno de esos oscuros personajes que la violencia, la inseguridad, la situación económica, la banalidad política y la cultura, entre la complejidad y la multidimensionalidad de factores interrelacionados, convierte en líderes de grupos y bandas que se organizan para delinquir. Productos de una marginalidad característica en la historia del país, formando parte de su ADN, presente al momento de constituirnos como colonia, primero; y luego como nación. Rasgo que los estudiosos de la autoestima señalan con claridad meridiana, representa uno de los principales obstáculos para la consolidación política y democrática; económica; y social del país.
Uno de los especialistas reconocidos acerca de dicho tema, Manuel Barroso, en su obra: “Autoestima del venezolano. Democracia y marginalidad”, ofrece algunas explicaciones acerca de cómo somos los venezolanos y cómo llegamos hasta aquí. Crisis tras crisis, en un ciclo perverso, marcado por ese movimiento pendular de nuestra historia marcado por un modelo de producción agrario que fue trastocado por un modelo de producción petrolero, en un antes, un después y un ahora, para resumirlo.
El fulano “chiller” habita y hace de las suyas en otros espacios de la sociedad venezolana, a expensas de esa cultura paternalista que agobia y deteriora muchas de nuestras instituciones públicas, por el modo de dirigirlas, contagiadas de esa mentalidad.
Del fulano “chiller” venimos escuchando hablar desde hace algunos años atrás en la Universidad, en el Decanato de Medicina o de Ciencias de la Salud. Más recientemente, en conversaciones con un amigo, por alusión colateral, a su presencia en el Servicio Autónomo de Medicina Oncológica, SAMO. En ambos casos, la relación es obvia: instituciones de salud. Una formadora que atiende estudiantes para formarlos como profesionales. La otra, pacientes, enfermos que esperan por una intervención quirúrgica. En el fondo, una misión, visión, objetivos que requieren una filosofía de gestión, que traduce la búsqueda de solución al problema que acarrea el tal “chiller”. Pero con actitudes y aptitudes distintas: unas diligentes, proactivas. Otras, negligentes, reactivas.
Resulta y acontece, como dijera el amigo, que el “chiller” es una unidad enfriadora, cuya capacidad reside en utilizar la misma operación de refrigeración del ambiente para deshumidificar o acondicionarlo. De allí su uso.
En el cercano evento acerca de la Universidad, sector productivo y desarrollo humano sustentable, el viernes pasado, tuvimos la oportunidad de conocer e intercambiar ideas con la Prof. Frasia Codecido, vicerrectora académica de la Unexpo. Se refirió al programa de alianzas estratégicas con diferentes empresas y con el gobierno, para el mantenimiento de los dichos sistemas, sobre todo en los hospitales. Ante el asombro de saber que reparan el fulano “chiller”, y que la posibilidad de solucionar los problemas que genera está cercana a nosotros, aquí, en la región; con la moraleja del caso, opto por escribir este relato para ilustrar clases de gerencia o gestión pública.