Intercambiando correos con una querida amiga, Flor Isava –nuestra Dama Olímpica- ella me manifestó que releía un artículo mío porque le gustaba mucho. Le contesté que eso me envanecía, porque para un autor ser releído es como en el teatro recibir un aplauso prolongado. Parto de aquí para el título y el tema de mi entrega de hoy.
Ahora en Venezuela estamos asomados a la incógnita. Para unos no hay tal, ya se sabe lo que pasará y todo quedará igual. Para otros la incógnita representa porvenir, esperanza y sobre todo fe: cambiaremos. Puede que ambas posiciones pequen de extremos de pesimismo y optimismo. Sin embargo, me inclino definitivamente por la segunda: será siempre bueno tratar de salir del pozo donde se hunden nuestras ilusiones, mirar hacia el futuro y poner el pie en un peldaño, que por único y pequeño que sea, es un paso hacia la altura.
Es hora de mirarnos hacia adentro. Lo externo es caótico en el país y en el mundo. Los ejemplos recientes nos pueden sumir en un mar confuso de desesperanza e impotencia. ¿Qué puedo hacer yo, sólo un grano de la arena de la humanidad dispersa por el planeta? Aparentemente nada, soy una unidad solitaria e inerme. Sin embargo, esto no es verdad. Nacidos con instinto gregario, ningún hombre está solo, siempre es miembro de una comunidad, de una sociedad, donde cumple una misión. Con demasiada frecuencia, nosotros no nos damos cuenta del valor de esa misión que siempre es, por importante o por mínima que parezca, un diente indispensable en el engranaje que construye, mueve y sustenta esa sociedad. Si es primordial el ciudadano que lleva en sus hombros la responsabilidad de gobernar una nación, dirigir una empresa, gerenciar una institución económica, cultural, docente o artística, no lo es menos el que barre las calles, recoge la basura o lava los platos; sin estas funciones, aparentemente menores, una sociedad no funciona.
Soy factor de progreso, paz y unidad desde mi sitio en la nación, desde mi puesto de trabajo, desde mi condición moral. La suma de los individuos con sus virtudes y pecados conforman la sociedad, de cada uno depende que ésta camine hacia delante, se estanque o se degrade. Proyectamos, lo queramos o no, nuestro yo íntimo en la conducta de la comunidad. Nuestro trabajo personal es tan necesario como puede serlo una pequeña tuerca en un jet o un trasatlántico, si se afloja el aparato empieza a funcionar mal y si no se aprieta a tiempo es origen e inicio de una catástrofe. Tú yo somos en nuestro país esa tuerca. No podemos aflojar. Nuestra misión irremplazable
es sostenernos en nuestra responsabilidad y ayudar a sostenerse a los demás, ser solidarios, cooperadores entusiastas para sacar adelante no sólo a nuestro pueblo, sino al mundo entero.
Seamos especialmente responsables, activos y optimistas contagiosos en estos días. Preparemos nuestras manos, estemos listos para celebrar ese nuevo amanecer del 7 de diciembre con un aplauso prolongado.